Página 567 - Historia de los Patriarcas y Profetas (1954)

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Las escuelas de los profetas
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harían desear lo excelente. El alumno se esforzaría por desarrollar
en sí mismo los dones de Dios, no para superar a los demás, sino
para cumplir el propósito del Creador y recibir su semejanza. En vez
de ser encauzado hacia las meras normas terrestres o movido por
el deseo de exaltación propia que de por sí empequeñece y rebaja,
el espíritu sería dirigido hacia el Creador, para conocerle y llegar a
serle semejante.
“El temor de Jehová es el principio de la sabiduría; y la ciencia
de los santos es inteligencia.”
Proverbios 9:10
. La formación del
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carácter es la gran obra de la vida; y un conocimiento de Dios, el
fundamento de toda educación verdadera. Impartir este conocimien-
to y amoldar el carácter de acuerdo con él, debe ser el propósito del
maestro en su trabajo. La ley de Dios es un reflejo de su carácter. Por
esto dice el salmista: “Todos tus mandamientos son justicia,” y “de
tus mandamientos he adquirido inteligencia.”
Salmos 119:172, 104
.
Dios se nos ha revelado en su Palabra y en las obras de la creación.
Por el libro de la inspiración y el de la naturaleza hemos de obtener
un conocimiento de Dios.
Una ley del intelecto humano hace que se adapte gradualmente
a las materias en las cuales se le enseña a espaciarse. Si se dedica
solamente a asuntos triviales, se atrofia y se debilita. Si no se le
exige que considere problemas difíciles, pierde con el tiempo su
capacidad de crecer.
Como instrumento educador la Biblia no tiene rival. En la Pala-
bra de Dios, la mente halla temas para la meditación más profunda
y las aspiraciones más sublimes. La Biblia es la historia más ins-
tructiva que posean los hombres. Proviene directamente de la fuente
de verdad eterna, y una mano divina ha conservado su integridad y
pureza a través de los siglos. Ilumina el lejano pasado más remoto,
donde las investigaciones humanas procuran en vano penetrar.
En la Palabra de Dios contemplamos el poder que estableció los
fundamentos de la tierra y que extendió los cielos. Únicamente en
ella podemos hallar una historia de nuestra raza que no esté conta-
minada por el prejuicio o el orgullo humanos. En ella se registran
las luchas, las derrotas y las victorias de los mayores hombres que
el mundo haya conocido jamás. En ella se desarrollan los grandes
problemas del deber y del destino. Se levanta la cortina que separa
el mundo visible del mundo invisible, y presenciamos el conflicto de