Set y Enoc
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santo. Al mezclarse con los depravados, llegaron a ser semejantes a
ellos en espíritu y en obras; menospreciaron las restricciones del sép-
timo mandamiento, y “tomáronse mujeres escogiendo entre todas.”
Los hijos de Set siguieron “el camino de Caín” (
Judas 11
), fijaron
su atención en la prosperidad y el gozo terrenales y descuidaron
los mandamientos del Señor. A los hombres “no les pareció tener a
Dios en su noticia;” “se desvanecieron en sus discursos, y el necio
corazón de ellos fué entenebrecido.” Por tanto, “Dios los entregó a
una mente depravada.”
Romanos 1:21, 28
. El pecado se extendió por
toda la tierra como una lepra mortal.
Adán vivió casi mil años entre los hombres, como testigo de los
resultados del pecado. Con toda fidelidad trató de poner coto a la
corriente del mal. Se le había ordenado instruir a su descendencia
en el camino del Señor; y cuidadosamente atesoró lo que Dios le
había revelado, y lo repetía a las generaciones que se sucedían. A sus
hijos y a sus nietos hasta la novena generación, pudo describir Adán
el estado santo y feliz del hombre en el paraíso, y repitiéndoles la
historia de su caída, les refirió los sufrimientos mediante los cuales
Dios le había enseñado la necesidad de adherirse estrictamente a
su ley y les explicó las misericordiosas medidas tomadas para su
salvación. Pero sólo unos pocos prestaron atención a sus palabras. A
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menudo le hacian amargos reproches por el pecado que había traído
tanto dolor a sus descendientes.
La de Adán fué una vida de tristeza, humildad y contrición.
Cuando salió del Edén, la idea de que tendría que morir le hacía
estremecerse de terror. Conoció por primera vez la realidad de la
muerte en la familia humana cuando Caín, su primogénito, asesinó
a su hermano. Lleno del más agudo remordimiento por su propio
pecado, y doblemente acongojado por la muerte de Abel y el recha-
zamiento de Caín, Adán estaba abrumado por la angustia. Veía cómo
por doquiera se esparcía la corrupción que iba a causar finalmente
la destrucción del mundo mediante un diluvio; y a pesar de que la
sentencia de muerte pronunciada sobre él por su Hacedor le había
parecido terrible al principio, después de presenciar durante casi mil
años los resultados del pecado, Adán llegó a considerar como una
misericordia el que Dios pusiera fin a su vida de sufrimiento y dolor.
No obstante la iniquidad del mundo antediluviano, esa época
no fué, como a menudo se ha supuesto, una era de ignorancia y