642
Historia de los Patriarcas y Profetas
Los arqueros apremiaban más y más a Saúl. Había visto a sus
soldados caer en derredor suyo, y a sus nobles hijos abatidos por la
espada. Herido él mismo, ya no podía pelear ni huir. Le era imposible
escapar, y resuelto a no ser capturado vivo por los filisteos, ordenó a
su escudero: “Saca tu espada, y pásame con ella.” Cuando el hombre
se negó a levantar la mano contra el ungido del Señor, Saúl se quitó
él mismo la vida dejándose caer sobre su propia espada. Así pereció
[737]
el primer rey de Israel cargando su alma con la culpa del suicidio. Su
vida había fracasado y cayó sin honor y desesperado, porque había
opuesto su perversa voluntad a la de Dios.
Las noticias de la derrota cundieron por todas partes, e infun-
dieron terror a todo Israel. El pueblo huyó de las ciudades, y los
filisteos tomaron posesión de ellas sin molestia alguna. El reinado
de Saúl, independiente de Dios, casi había resultado en la ruina de
su pueblo.
Al día siguiente de la lucha, mientras los filisteos examinaban el
campo de batalla para despojar a los muertos, descubrieron los cuer-
pos de Saúl y de sus tres hijos. Para completar su triunfo, cortaron la
cabeza de Saúl y quitaron la armadura del resto de su cuerpo; luego
esta cabeza sangrienta y la armadura fueron enviadas al país de los
filisteos como trofeo de victoria, “para que lo noticiaran en el templo
de sus ídolos, y por el pueblo.” La armadura fué por fin colocada
en el “templo de Astaroth,” mientras que la cabeza fué fijada en el
templo de Dagón. Así se dió la gloria de la victoria al poder de los
dioses falsos y se deshonró el nombre de Jehová.
Los cadáveres de Saúl y de sus hijos fueron arrastrados a Beth-
san, ciudad que no estaba muy lejos de Gilboa, y cerca del río Jordán.
Allí fueron colgados con cadenas para que los devorasen las aves de
rapiña. Pero los hombres valientes de Jabes de Galaad, recordando
cómo Saúl había liberado su ciudad en años anteriores y más feli-
ces, manifestaron su gratitud rescatando los cadáveres del rey y de
los príncipes, y dándoles sepultura honorable. Cruzando el Jordán
durante la noche, “quitaron el cuerpo de Saúl y los cuerpos de sus
hijos del muro de Beth-san; y viniendo a Jabes, quemáronlos allí.
Y tomando sus huesos, sepultáronlos debajo de un árbol en Jabes,
y ayunaron siete días.” Así fué como una acción noble, realizada
hacía cuarenta años, aseguró para Saúl y sus hijos que los enterraran