652
Historia de los Patriarcas y Profetas
no queriendo separarse de tan importante aliado, contestó: “¿No es
éste David, el siervo de Saúl rey de Israel, que ha estado conmigo
algunos días o algunos años, y no he hallado cosa en él desde el día
que se pasó a mí hasta hoy?”
Pero los príncipes insistieron airadamente en su exigencia: “En-
vía a este hombre, que se vuelva al lugar que le señalaste, y no venga
con nosotros a la batalla, no sea que en la batalla se nos vuelva
enemigo: porque ¿con qué cosa volvería mejor a la gracia de su
señor que con las cabezas de estos hombres? ¿No es este David de
quien cantaban en los corros, diciendo: Saúl hirió sus miles, y David
sus diez miles?” Aun recordaban los señores filisteos la muerte de
su famoso campeón y el triunfo de Israel en aquella ocasión. No
creían que David peleara contra su propio pueblo; y si en el ardor de
la batalla, se ponía de su parte, podría infligir a los filisteos mayores
daños que todo el ejército de Saúl.
Achis se vió así obligado a ceder, y llamando a David, le dijo:
“Vive Jehová, que tú has sido recto, y que me ha parecido bien tu
salida y entrada en el campo conmigo, y que ninguna cosa mala he
hallado en ti desde el día que viniste a mí hasta hoy: mas en los ojos
de los príncipes no agradas. Vuélvete pues, y vete en paz; y no hagas
lo malo en los ojos de los príncipes de los Filisteos.”
David, temiendo traicionar sus verdaderos sentimientos, con-
testó: “¿Qué he hecho? ¿qué has hallado en tu siervo desde el día
que estoy contigo hasta hoy, para que yo no vaya y pelee contra los
enemigos de mi señor el rey?”
La contestación de Achis debió causar al corazón de David un
estremecimiento de vergüenza y remordimiento al recordarle cuán
indignos de un siervo de Jehová eran los engaños hasta los cuales
se había rebajado. “Yo sé que tú eres bueno en mis ojos, como un
[748]
ángel de Dios—le dijo Achis;—mas los príncipes de los Filisteos
han dicho: No venga con nosotros a la batalla. Levántate pues de
mañana, tú y los siervos de tu señor que han venido contigo; y
levantándoos de mañana, luego al amanecer partíos.” Así quedó rota
la trampa en que David se había enredado, y él se vió libre.
Después de un viaje de tres días, David y su compañía de seis-
cientos hombres llegaron a Siclag, su hogar filisteo. Pero sus ojos
encontraron una escena de desolación. Los amalecitas, aprovechan-
do la ausencia de David y su fuerza, se habían vengado de sus