“¿Qué haces aquí?”
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en Dios, podrás comprender las providencias que te resultan aho-
ra misteriosas. Recorre por la fe la senda que él te traza. Tendrás
pruebas; pero sigue avanzando. Esto fortalecerá tu fe, y te preparará
para servir. Los anales de la historia sagrada fueron escritos, no
simplemente para que los leamos y nos maravillemos, sino para
que obre en nosotros la misma fe que obró en los antiguos siervos
de Dios. El Señor obrará ahora de una manera que no será menos
notable doquiera haya corazones llenos de fe para ser instrumentos
de su poder.
A nosotros, como a Pedro, se dirigen estas palabras: “Satanás os
ha pedido para zarandaros como a trigo; mas yo he rogado por ti que
tu fe no falte.”
Lucas 22:31, 32
. Nunca abandonará Cristo a aquellos
por quienes murió. Nosotros podemos dejarle y ser abrumados por la
tentación; pero nunca puede Cristo desviarse de un alma por la cual
dió su propia vida como rescate. Si nuestra visión espiritual pudiese
despertarse, veríamos almas agobiadas por la opresión y cargadas
de pesar, como un carro de gavillas, a punto de morir desalentadas.
Veríamos ángeles volar prestamente en ayuda de estos seres tentados,
para rechazar las huestes del mal que los rodean y colocar sus pies
sobre el fundamento seguro. Las batallas que se riñen entre los dos
ejércitos son tan reales como las que entablan los ejércitos de este
mundo, y son destinos eternos los que dependen del resultado del
conflicto espiritual.
En la visión del profeta Ezequiel aparecía como una mano debajo
de las alas de los querubines. Esto tenía por fin enseñar a los siervos
de Dios que el poder divino es lo que da éxito. Aquellos a quienes
Dios emplea como sus mensajeros no deben considerar que la obra
de él depende de ellos. Los seres finitos no son los que han de
llevar esta carga de responsabilidad. El que no duerme, el que está
obrando de continuo para realizar sus designios, llevará adelante su
obra. El estorbará los propósitos de los hombres impíos, confundirá
los consejos de aquellos que maquinan el mal contra su pueblo.
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El que es el Rey, el Señor de los ejércitos, está sentado entre los
querubines; y en medio de la lucha y el tumulto de las naciones,
sigue guardando a sus hijos. Cuando las fortalezas de los reyes sean
derribadas, cuando las saetas de la ira atraviesen los corazones de
sus enemigos, su pueblo estará seguro en sus manos.
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