Página 9 - Profetas y Reyes (1957)

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monarca de la tierra, del viaje a Jerusalén, de la reedificación del
templo bajo la dirección divina y del restablecimiento de Israel en
su propia tierra.
Abundan en el libro los estudios de grandes personajes y carac-
teres: Salomón, el sabio, cuya sabiduría no bastó para evitar que su
corazón naufragase en la transgresión; Jeroboam, el político cuyos
manejos dieron tan malos resultados; el poderoso Elías, de abolengo
desconocido, pero que no carecía de misión ni de mensaje; Eliseo,
el profeta que ofrecía paz y curación; Acaz, el temeroso y perverso;
Ezequías, el tímido y bueno; Daniel, el amado de Dios; Jeremías, el
profeta de las lamentaciones; Ageo, Zacarías y Malaquías, profetas
de la restauración. A todos ellos supera, con gloria sobrenatural, el
Rey que viene, el Cordero de Dios, el Hijo unigénito, en quien todos
los símbolos de los sacrificios, así como la justicia y la paz, hallan
un cumplimiento eterno.
El libro ilustra los planes de Dios, que no pueden ser estorba-
dos. Si su Evangelio bienaventurado no puede ser proclamado al
mundo con la cooperación de su pueblo, será transmitido con aun
mayor amplitud a pesar de él. ¿Qué importa que esté cautivo en
Babilonia? Mediante el testimonio fiel de unos pocos, el mayor rey
de Babilonia será inducido a proclamar al mundo, por decreto real,
su reconocimiento del Dios verdadero. Al terminar el cautiverio, el
mensaje de libertad es proclamado por Ciro el Grande, de Persia. Si
Dios lo quiere así, su pueblo dispone de la riqueza y el poder de los
imperios.
En el plan de Dios, somos llevados hacia adelante, de las figuras
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a la realidad; de los gobernantes que perecen, al Rey eterno; de las
glorias que se desvanecen, a las sempiternas e inmarcesibles; del
pueblo mortal, que peca y perece, al pueblo que es justo en su fe en
Dios e inmortal para siempre.
Que este tomo, escrito por una autora cuya partida lamentamos
profundamente, pues falleció cuando se estaban preparando los últi-
mos capítulos, resulte, como los otros tomos que nos dejó la misma
pluma, en un medio de inducir a muchas preciosas almas a adorar al
Dios único y verdadero, es la oración de
Los Editores.
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