Cómo instruir y guardar a los hijos
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corazón y la buena o mala semilla que allí se siembra, y así como
el jardín puede prepararse para la semilla natural, debe prepararse
el corazón para la semilla de la verdad. Cuando esparcen la semilla
en el terreno, pueden enseñar la lección de la muerte de Cristo, y
cuando surge la espiga, la verdad de la resurrección. Cuando crecen
las plantas, puede continuarse con la relación entre la siembra natural
y la espiritual.
A los jóvenes debe instruírselos en una forma semejante. Debe
enseñárseles a trabajar el terreno. Sería bueno que todas las escuelas
tuvieran terreno para el cultivo. Tales terrenos deberían ser consi-
derados como el aula de Dios. Deben considerarse las cosas de la
naturaleza como un libro de texto que han de estudiar los hijos de
Dios, y del cual pueden obtener el conocimiento relativo al cultivo
del alma. Al trabajar el terreno, al disciplinarlo y sojuzgarlo, han de
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aprenderse lecciones continuamente. Nadie pensaría en establecerse
sobre un terreno inculto, esperando que de repente produjera una
cosecha. Se necesitan fervor, diligencia y labor perseverante para
preparar el terreno para la semilla. Así es en la obra espiritual del
corazón humano. Los que quieran beneficiarse con el cultivo del
suelo, deben avanzar con la palabra de Dios en su corazón. Encon-
trarán entonces que el barbecho del corazón ha sido roturado por la
influencia subyugadora del Espíritu Santo. A menos que el terreno
sea objeto de arduo trabajo, no rendirá cosecha. Así también es el
terreno del corazón: el Espíritu de Dios debe trabajar en él para
refinarlo y disciplinarlo, antes de que pueda dar fruto para la gloria
de Dios.
El terreno no producirá sus riquezas cuando sea trabajado por
impulso. Necesita una atención diaria y cuidadosa. Debe ser arado
frecuente y profundamente, a fin de mantenerlo libre de las malezas
que se alimentan de la buena semilla sembrada. Así preparan la
cosecha los que aran y siembran. Nadie debe permanecer en el
campo en medio del triste naufragio de sus esperanzas.
La bendición del Señor descansará sobre los que así trabajan
la tierra, aprendiendo lecciones espirituales de la naturaleza. Al
cultivar el terreno, el obrero sabe poco de los tesoros que se abrirán
delante de él. Si bien es cierto que no ha de despreciar la instrucción
que pueda recibir de los que tienen experiencia en la obra, y la
información que puedan impartirle los hombres inteligentes, debe