El espíritu nos hace hijos de Dios, 20 de enero
Porque todos los que son guiados por el Espíritu de Dios, éstos son hijos de
Dios.
Romanos 8:14
.
Cristo ocupó su lugar entre los hombres como oráculo de Dios. Habló como
quien tiene autoridad, dirigiéndose a la gente con expresiones vigorosas, y exi-
giendo fe implícita y obediencia. Como pueblo, hemos fundamentado nuestra fe
sobre principios establecidos en la Biblia. También empeñamos mente y corazón
para obedecer la Palabra de vida, y para seguir un “Así dice el Señor”.
Toda nuestra esperanza presente y futura depende de nuestro parentesco con
Cristo y con Dios. Pablo se expresa con vigor para confirmar nuestra fe al respecto.
A quienes son guiados por el Espíritu de Dios y en cuyos corazones habita la gracia
de Cristo, el apóstol les dice: “El Espíritu mismo da testimonio a nuestro espíritu,
de que somos hijos de Dios. Y si hijos, también herederos, herederos de Dios y
coherederos, si es que padecemos juntamente con él, para que juntamente con
él seamos glorificados”.
Romanos 8:16, 17
. “Pues no habéis recibido el espíritu
de esclavitud para estar otra vez en temor, sino que habéis recibido el espíritu de
adopción, por el cual clamamos: ¡Abba, Padre!”
Romanos 8:15
.
Somos llamados por Cristo para salir del mundo con el propósito de ser
diferentes. Fuimos convocados para practicar la santidad, teniendo nuestro corazón
continuamente cerca de Dios y al Espíritu Santo permaneciendo en nosotros. Todo
verdadero creyente manifestará con sus hechos que la gracia del amor de Cristo
está en su corazón. Donde una vez hubo desconocimiento de Dios, será evidente
la coparticipación con él. Donde hubo manifestaciones de la naturaleza carnal,
ahora se verán los atributos divinos.
Sus hijos deben llegar a ser obreros de la justicia y buscar al Señor en forma
continua para que les agrade hacer su voluntad. Esto los hará completo en Cristo.
Con sus vidas manifestarán a los ángeles, a los hombres y a los mundos no caídos
que han sido conformados a la voluntad de Dios, y que son leales adherentes de
los principios de su reino. Habitando el Espíritu Santo por la fe en sus corazones,
entrarán en relación con Cristo y los unos con los otros. Así se producirán en ellos
los preciosos frutos de la santidad.—
The Review and Herald, 19 de agosto de
1909
.
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