El reavivamiento de Pentecostés, 1 de noviembre
Y por la mano de los apóstoles se hacían muchas señales y prodigios en el
pueblo; y estaban todos unánimes en el pórtico de Salomón.
Hechos 5:12
.
Cristo ha hecho provisión para que su iglesia sea un cuerpo transformado e
iluminado con la luz del cielo, y para que esté en posesión de la gloria de Emanuel.
Es su propósito que cada cristiano esté rodeado de una atmósfera espiritual de
luz y paz. No hay límite para la utilidad de quien, poniendo a un lado el yo, deja
actuar al Espíritu Santo en el corazón y vive una vida enteramente consagrada a
Dios.
¿Cuál fue el resultado del derramamiento del Espíritu el día de Pentecostés?
Las buenas nuevas de un Salvador resucitado fueron llevadas hasta lugares distan-
tes del mundo habitado. Los corazones de los discípulos estaban sobrecargados
con una benevolencia tan plena, tan profunda y de tan largo alcance, que los
impulsó a ir hasta el fin de la tierra testificando: “Lejos esté de mí gloriarme, sino
en la cruz de nuestro Señor Jesucristo”.
Gálatas 6:14
. Al proclamar la verdad
tal como es en Jesús, los corazones cedían al poder del mensaje. La iglesia veía
grupos de conversos que se acercaban a ella desde todas direcciones. Los apóstatas
eran reconvertidos. Los pecadores se unían con los cristianos en la búsqueda de la
Perla de gran precio.
Los que habían sido los más crueles opositores del evangelio llegaron a ser
sus adalides. Se cumplió la profecía de que los débiles serán “como David”, y la
casa de David “como el ángel del Señor”. Cada cristiano veía en su hermano la
semejanza divina de amor y bondad. Un interés prevalecía. Un tema de emulación
absorbía a todos los demás. La única ambición de los creyentes era revelar la
semejanza del carácter de Cristo y trabajar para el engrandecimiento de su reino.
Noten que el Espíritu Santo fue derramado sobre los discípulos después de
haber cesado las luchas por la posición más elevada. Al estar unánimes llegaron
a la unidad perfecta. Todas las diferencias habían sido superadas. Después que
el Espíritu les fue dado, el testimonio que se tenía de ellos era el mismo.—
The
Review and Herald, 30 de abril de 1908
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