Someter al temperamento, 15 de febrero
¿Quién es sabio y entendido entre vosotros? Muestre por la buena conducta
sus obras en sabia mansedumbre.
Santiago 3:13
.
En la escuela de Cristo la humildad es uno de los principales frutos del Espí-
ritu. La gracia santificadora que imparte el Espíritu Santo, capacita al poseedor
para dominar su temperamento impetuoso y apresurado a fin de que permanezca
bajo control en todo momento. Los que en forma natural son huraños y de genio
precipitado, harán los mayores esfuerzos a fin de dominar su temperamento repro-
chable y cultivar la gracia de la mansedumbre. Cada día irán adquiriendo mayor
dominio propio hasta lograr que la falta de afecto y de semejanza a Cristo sea
vencida. Asimilarán el Modelo divino hasta poder obedecer el inspirado mandato:
“Todo hombre sea pronto para oír, tardo para hablar, tardo para airarse”.
Santiago
1:19
.
Cuando alguien dice haber sido santificado, y en sus palabras y hechos repre-
senta la fuente de la cual manan aguas amargas, con seguridad podemos afirmar
que es un engañador. Necesita aprender el alfabeto de lo que significa ser cristiano.
Algunos de los que dicen ser siervos de Cristo, por mucho tiempo han abrigado al
demonio de la falta de bondad que esos profanos acarician cuando se gozan en
pronunciar palabras que desagradan e irritan. Los tales necesitan convertirse antes
de que Cristo los acepte como hijos suyos.
La humildad es la joya interior que Dios aprecia mucho. El apóstol dice que
es de más valor que el oro, y que las perlas o el más costoso ropaje. Mientras los
atavíos exteriores hermosean únicamente a los cuerpos mortales, la mansedumbre
es un ornamento que, además de embellecer, conecta a la persona finita con Dios,
que es infinito. Este es el adorno que Dios escogió para sí. El que engalana los
cielos con la luz, por el mismo Espíritu prometió “hermosear a los humildes
con la salvación”.
Salmos 149:4
. Los ángeles celestiales registrarán como los
mejores ataviados a quienes confían en el Señor Jesucristo y caminan con él en
mansedumbre y humildad de mente.—
The Review and Herald, 18 de enero de
1881
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