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Limpiando la casa, 17 de febrero
Crea en mí, oh Dios, un corazón limpio, y renueva un espíritu recto dentro
de mí.
Salmos 51:10
.
“Crea en mí un corazón limpio”. Este es un buen comienzo, dado que el
verdadero carácter cristiano tiene su fundamento en los hechos que nacen en el
corazón. Si todos, feligreses y ministros, estudiaran sus corazones con el fin de
descubrir si es que están, o no, en armonía con Dios, veríamos mayores resultados
en las labores que realizamos. Cuanto más importante, y de mayor responsabilidad
sea la obra, mayor será la necesidad de tener un corazón limpio. Esta gracia
imprescindible se provee para que el poder del Espíritu Santo apoye cada esfuerzo
que haga el creyente tendiente a lograr ese propósito.
Si cada criatura buscara a Dios en forma diligente, habría mayor crecimiento
en la gracia y cesarían las disensiones. Los creyentes serían de una mente y un
corazón, y la pureza y el amor prevalecerían en la iglesia. Somos transformados
por la contemplación. Cuando más consideremos el carácter de Cristo, mejor
reproduciremos su imagen. Ven a Jesús así como eres y él te recibirá, y pondrá
una nueva melodía en tus labios para que puedas alabar constantemente a Dios.
“No me eches de delante de ti, y no quites de mí tu santo Espíritu”.
Salmos
51:11
. Tanto el arrepentimiento como el perdón son dones de Dios que recibimos
por medio de Cristo. Gracias a la influencia del Espíritu Santo somos convencidos
de pecado y sentimos la necesidad de perdón. Siendo que la gracia de Dios es la
que produce contrición, ninguno es perdonado a no ser por la gracia del Señor que
contrita el corazón. Puesto que conoce nuestras debilidades y flaquezas, Dios está
dispuesto a ayudarnos. El oye la oración de fe; sin embargo, la sinceridad de la
plegaria únicamente puede demostrarse si hay un real esfuerzo personal de vivir
en armonía con la gran norma que prueba el carácter de cada persona.
Necesitamos abrir nuestros corazones a la influencia del Espíritu y a la expe-
riencia de su poder transformador. La razón por la cual el creyente no recibe más
de la asistencia salvadora de Dios, se debe a que el canal de comunicación entre
él y el cielo está obstruido con asuntos mundanos, y porque prima el amor a la
ostentación y el deseo de supremacía. Mientras algunos se adaptan más y más
a las costumbres de este mundo, nosotros deberíamos amoldar nuestras vidas al
modelo divino. Cuando seamos fieles al pacto, Dios restaurará la alegría de la
salvación, y nos sostendrá mediante su Espíritu libre.—
The Review and Herald,
24 de junio de 1884
.
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