Unidad, 18 de marzo
Mas no ruego solamente por éstos, sino también por los que han de creer en
mí por la palabra de ellos, para que todos sean uno; como tú, oh Padre, en
mí, y yo en ti, que también ellos sean uno en nosotros; para que el mundo
crea que tú me enviaste.
Juan 17:20, 21
.
La armonía y unión existentes entre hombres de diversas tendencias es el testi-
monio más poderoso que pueda darse de que Dios envió a su Hijo al mundo para
salvar a los pecadores. A nosotros nos toca dar este testimonio; pero, para hacerlo,
debemos colocarnos bajo las órdenes de Cristo. Nuestro carácter debe armonizar
con el suyo, nuestra voluntad debe rendirse a la suya. Entonces trabajaremos
juntos sin contrariarnos.
Cuando uno se detiene en las pequeñas divergencias, se ve llevado a cometer
actos que destruyen la fraternidad cristiana. No permitamos que el enemigo
obtenga en esta forma la ventaja sobre nosotros. Mantengámonos siempre más
cerca de Dios y más cerca unos de otros. Entonces seremos como árboles de
justicia plantados por el Señor, y regados por el río de la vida. ¡Cuántos frutos
llevaremos! ¿No dijo Cristo: “En esto es glorificado mi Padre, en que llevéis
mucho fruto”
Juan 15:8
?
El Salvador anhela que sus discípulos cumplan el plan de Dios en toda su
altura y profundidad. Deben estar unidos en él, aunque se hallen dispersos en el
mundo. Pero Dios no puede unirlos en Cristo si no están dispuestos a abandonar
su propio camino para seguir el suyo.
Cuando el pueblo de Dios crea sin reservas en la oración de Cristo, y en la
vida diaria ponga sus instrucciones en práctica, habrá unidad de acción en nuestras
filas. Un hermano se sentirá unido al otro por las cadenas del amor de Cristo. Sólo
el Espíritu de Dios puede realizar esta unidad. El que se santificó a sí mismo puede
santificar a sus discípulos. Unidos con él, estaremos unidos unos a otros en la fe
más santa. Cuando nos esforcemos para obtener esta unidad como Dios desea que
luchemos, la disfrutaremos.—
Joyas de los Testimonios 3:246, 247
.
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