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Isaías, 14 de septiembre
Y dijo: Anda, y di a este pueblo: Oíd bien, y no entendáis; ved por cierto,
mas no comprendáis. Engruesa el corazón de este pueblo, y agrava sus
oídos, y ciega sus ojos, para que no vea con sus ojos, ni oiga con sus oídos, ni
su corazón entienda, ni se convierta, y haya para él sanidad.
Isaías 6:9, 10
.
El deber del profeta era claro; debía levantar su voz en protesta contra los
males prevalecientes. Pero temía emprender la tarea sin alguna seguridad de
esperanza. Preguntó: “¿Hasta cuándo, Señor?”
vers. 11
. ¿Es que ninguno de tus
hijos escogidos va a entender, arrepentirse y ser sanado?
El peso que sentía por el errante Judá no debía ser soportado en vano. Su
misión no iba a quedar completamente desprovista de frutos. Sin embargo, los
males que habían ido multiplicándose durante muchas generaciones no podían
eliminarse en su tiempo. A lo largo de toda su vida debió ser un maestro paciente,
valiente; tanto un profeta de esperanza como también de condenación. Finalmente
se lograría el propósito divino, se vería todo el fruto de sus esfuerzos y de las
labores de todos los mensajeros fieles a Dios. Un remanente sería salvo. Para que
esto sucediera, debía entregarse a los rebeldes mensajes de advertencia y súplica.
El Señor declaró: “Hasta que las ciudades estén asoladas y sin morador, y no haya
hombre en las casas, y la tierra esté hecha un desierto; hasta que Jehová haya
echado lejos a los hombres, y multiplicado los lugares abandonados en medio de
la tierra”.
Isaías 6:11, 12
.
Los terribles juicios que caerían sobre los impenitentes—la guerra, el exilio,
la opresión, la pérdida de poder y de prestigio entre las naciones—, todo esto
sobrevendría para que los que reconocieran la mano de un Dios ofendido pudieran
ser guiados al arrepentimiento. Las diez tribus del reino del norte pronto serían
esparcidas entre las naciones, y sus ciudades quedarían desoladas; los ejércitos
destructores de las naciones hostiles arrasarían su tierra vez tras vez; aun Jerusalén
finalmente caería, y Judá sería llevada cautiva. Sin embargo, la tierra prometida
no quedaría completamente desamparada para siempre.—
The Review and Herald,
11 de marzo de 1915
.
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