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Muestra liberalidad y benevolencia, 23 de noviembre
Pues doy testimonio de que con agrado han dado conforme a sus fuerzas, y
aun más allá de sus fuerzas, pidiéndonos con muchos ruegos que les
concediésemos el privilegio de participar en este servicio para los santos.
2
Corintios 8:3, 4
.
El evangelio, que desde la muerte de Cristo se ha ido ampliando y extendiendo,
ha necesitado mayores provisiones para sostener la lucha; esto hizo que la ley de
las limosnas fuera una necesidad más urgente que bajo el gobierno hebreo. Ahora
Dios no requiere menos, sino mayores dádivas que en cualquier período anterior
de la historia. El principio establecido por Cristo es que los dones y las ofrendas
deberían estar en proporción a la luz y las bendiciones recibidas. El dijo: “Porque
a todo aquel a quien se haya dado mucho, mucho se le demandará”.
Lucas 12:48
.
Los primeros discípulos respondieron a las bendiciones de la era cristiana con
obras de caridad y bondad. Después que Cristo dejó a sus discípulos y ascendió
al cielo, el derramamiento del Espíritu de Dios los condujo a la negación propia
y al sacrificio personal para la salvación de otros. Cuando los santos pobres
de Jerusalén estaban en necesidad, Pablo escribió a los cristianos gentiles con
respecto a obras de bondad, y les dijo: “Por tanto, como en todo abundáis, en fe,
en palabra, en ciencia, en toda solicitud, y en vuestro amor para con nosotros,
abundad también en esta gracia”.
2 Corintios 8:7
. Aquí la bondad o benevolencia
es destacada junto a la fe, el amor y la diligencia cristiana.
Los que piensan que pueden ser buenos cristianos mientras cierran sus oídos y
corazones a los llamados de Dios que reclaman su liberalidad, se están engañando
peligrosamente. Limitándose a las palabras, hay quienes abundan en una profesión
de gran amor por la verdad y manifiestan interés en ver que ella avance, pero no
hacen nada para su progreso. Al no estar perfeccionada por las obras, la fe de los
tales está muerta. El Señor nunca ha cometido el error de convertir a una persona
y dejarla bajo el poder de la codicia.—
The Review and Herald, 25 de agosto de
1874
.
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