Felicidad en servir a nuestro capitán, 3 de diciembre
Pelea la buena batalla de la fe, echa mano de la vida eterna, a la cual
asimismo fuiste llamado, habiendo hecho la buena profesión delante de
muchos testigos.
1 Timoteo 6:12
.
Como fieles soldados, en el ejercicio fervoroso y decidido, obedeciendo la
orden del Capitán de nuestra salvación, hay gozo genuino, tal como el que no
se puede obtener en ningún otro empleo. La paz de Cristo estará en el corazón
del soldado fiel. Hay descanso para quien lleva el yugo de Jesús y levanta las
cargas de Cristo. Parece una contradicción decir que no hay descanso, excepto
para el que se encuentra en el servicio continuo y consagrado. Esto es verdad. La
felicidad proviene de un servicio dispuesto y obediente, donde todos los poderes
de nuestro ser se mueven en una feliz, saludable y armoniosa acción en obediencia
a las órdenes de nuestro Capitán. Cuanto mayor sea la responsabilidad asignada a
los soldados de Cristo, más se gozará en el amor del Salvador y su aprobación.
El creyente encuentra libertad en la realización de las tareas más pesadas y más
difíciles.
Cumplir con las tareas de un soldado significa esfuerzo. No siempre será el
trabajo que nosotros, como milicias de Jesús, elegiríamos. Soportaremos incomo-
didades externas, dificultades y pruebas. Hay una guerra permanente que debe
mantenerse contra los males y las inclinaciones de nuestros propios corazones
naturales. No debemos escoger y seleccionar el trabajo que nos resulta más agra-
dable; porque somos soldados de Cristo, y bajo su disciplina no podemos buscar
nuestro propio placer. Tenemos que pelear las batallas del Señor con hombría. Hay
enemigos que vencer, los cuales quieren conquistar el control de todas nuestras
facultades.
Nuestra propia voluntad debe morir; sólo Cristo ha de ser obedecido. El
soldado en el ejército del Señor tiene que aprender a soportar dificultades, a negarse
a sí mismo, a tomar su cruz y a seguir a donde su Capitán lo conduzca. Para la
naturaleza humana, hay muchas tareas que serán duras de realizar; dolorosas para
la carne y la sangre. Este desafío de someter al yo requiere un esfuerzo decidido
y continuo. Al pelear la buena batalla de la fe obtendremos preciosas victorias,
y estaremos echando mano de la vida eterna.—
The Youth’s Instructor, 22 de
diciembre de 1886
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