Orgullo quebrantado, 16 de febrero
Digo, pues, por la gracia que me es dada, a cada cual que está entre
vosotros, que no tenga más alto concepto de sí que el que debe tener, sino
que piense de sí con cordura, conforme a la medida de fe que Dios repartió
a cada uno.
Romanos 12:3
.
La aceptación de la verdad es uno de los medios que Dios utiliza para santificar.
Cuanto más claramente la entendamos, y más fieles seamos en obedecerla, más
humildes seremos en la estima propia. En consecuencia, más exaltado será el
concepto que tendrá de nosotros el universo celestial. Cuanto menos egoístas sean
nuestros esfuerzos en favor de Dios, seremos más semejantes a Cristo, y, como
consecuencia, mayor será nuestra influencia para el bien.
Hay una diferencia abismal entre el espíritu del mundo y el de Cristo. Uno
conduce al egoísmo, que se afana por los tesoros que serán destruidos por el fuego
en el día final, y el otro conduce al renunciamiento propio y a la abnegación para
obtener los tesoros imperecederos.
Cuando es recibido por la fe, el Espíritu Santo quebranta los corazones con-
tumaces. Esta es la esencia del poder santificador de la verdad, la fuente de la
fe que obra por amor y purifica el corazón. Toda verdadera exaltación nace de
la humillación desarrollada en la vida de Cristo, y demostrada en el maravilloso
sacrificio que realizó para salvar a los que perecen. El que es exaltado por Dios,
primero se ha humillado a sí mismo. El Padre ensalzó a Cristo por sobre todo otro
nombre, y sin embargo, al simpatizar con la raza caída, primero descendió a las
profundidades de la miseria humana a fin de compartir su suerte con mansedumbre
y bondad. De este modo, estableció el ejemplo que deben seguir todos los que
desean participar en su servicio.
“Aprended de mí—dijo el mayor de los Maestros que haya conocido el
mundo—, que soy manso y humilde de corazón; y hallaréis descanso para vuestras
almas”.
Mateo 11:29
. No es suficiente leer la Palabra de Dios. Nos fue dada
para nuestra instrucción; por eso debemos investigarla con diligencia y cuidado.
Hay que estudiarla comparando un texto con otro. Ella es la clave para su pro-
pia interpretación. Mientras la estudiemos y oremos, junto a nosotros estará el
divino Maestro, el Espíritu Santo, para iluminar nuestra comprensión a fin de que
podamos entender las grandes verdades de la Palabra de Dios.—
Pacific Union
Recorder, 23 de febrero de 1905
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