Santificados, mas no sin pecado, 27 de febrero
Mas por él estáis vosotros en Cristo Jesús, el cual nos ha sido hecho por
Dios sabiduría, justificación, santificación y redención; para que, como está
escrito: El que se gloría, gloríese en el Señor.
1 Corintios 1:30, 31
.
Necesitamos establecer la diferencia entre la santificación falsa y la genuina.
La santificación no es meramente profesar y enseñar la Palabra de Dios, sino vivir
conforme a su voluntad. Los que creen estar sin pecado, y hacen alarde de su
santificación, desconocen el peligro en que se encuentran por confiar en sí mismos.
Se apoyan en la suposición de que habiendo experimentado una vez el divino
poder de la santificación, están libres del riesgo de caer. Creyendo ser ricos, y
pensando que no necesitan nada, ignoran que son miserables, pobres, ciegos y
desnudos.
Sin embargo, los que verdaderamente han sido santificados, tienen un concepto
muy claro acerca de su debilidad. Conscientes de su necesidad, acuden a la fuente
de gracia y fortaleza que está en Cristo, el único en quien reside toda la plenitud y
puede satisfacer sus necesidades. Al ser conscientes de sus imperfecciones, buscan
la manera de llegar a ser más semejantes a Jesús y de vivir en mayor armonía con
los principios de su santa ley. La permanente sensación de incapacidad los conduce
a depender enteramente de Dios, quien les permite ejemplificar la obra del Espíritu.
Los tesoros del cielo están disponibles para atender las necesidades de todos los
que interiormente sienten hambre y sed. Los que experimentan esto tienen la
certeza de que un día contemplarán las glorias de ese reino que la imaginación
apenas ahora puede concebir.
Los que ya sintieron el poder santificador de Dios no deben caer en el peligroso
error de pensar que están libres del pecado, que ya alcanzaron los niveles más
elevados de la perfección, y que, por lo tanto, están fuera del alcance de la tentación.
La norma de todo creyente debería ser mantener un carácter puro y bondadoso
como el de Cristo. Día tras día podrá añadir nuevas bellezas, y reflejar al mundo
más y cada vez más la imagen divina.—
The Bible Echo, 21 de febrero de 1898
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