Página 125 - Servicio Cristiano (1981)

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El despertar
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Aspirad a la corona celestial
No debemos cansarnos ni desmayar. Sería una terrible pérdida
permutar la gloria perdurable por la comodidad, la conveniencia y
el placer, o por las complacencias carnales. Un premio de la mano
de Dios aguarda al vencedor. Ninguno de nosotros lo merece; es
gratuito de su parte. Este don será admirable y glorioso, pero re-
cordemos que “una estrella difiere de otra en gloria.” Pero mientras
se nos insta a luchar por la victoria, pongámonos por blanco, con
el poder de Jesús, obtener una corona cargada de estrellas. “Y los
entendidos resplandecerán como el resplandor del firmamento; y
los que enseñan a justicia la multitud, como las estrellas a perpetua
eternidad.”—
The Review and Herald, 25 de octubre de 1881
.
Se ha pagado por el servicio
A su venida, él [el Señor] examinará cada talento, y exigirá los
intereses de los capitales que nos confiara. Por su propia humillación
y agonía, por su vida de trabajo y su muerte ignominiosa, Jesús pagó
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ya los servicios de quienquiera que lleve su nombre y profese ser su
siervo.—
Joyas de los Testimonios 3:338, 339
.
Dios me ha dado un mensaje para sus hijos. Deben despertar,
extender sus tiendas y ensanchar sus límites. Mis hermanos y herma-
nas, habéis sido comprados por precio, y todo lo que tenéis y lo que
sois ha de ser usado para la gloria de Dios y para el bien de vuestros
semejantes. Cristo murió en la cruz para salvar al mundo que perece
en el pecado. El pide vuestra cooperación en esta obra. Habéis de
ser su mano ayudadora. Con esfuerzo fervoroso e incansable habéis
de tratar de salvar a los perdidos. Recordad que fueron vuestros
pecados los que hicieron necesaria la cruz.—
Testimonies for the
Church 7:9
.
Los seguidores de Cristo han sido redimidos para servir. Nuestro
Señor enseña que el verdadero objeto de la vida es el ministerio.
Cristo mismo fué obrero, y a todos sus seguidores les presenta la
ley del servicio, el servicio a Dios y a sus semejantes... La ley del
servicio viene a ser el eslabón que nos une a Dios y a nuestros
semejantes.—
Lecciones Prácticas del Gran Maestro, 297
.