Tener un espíritu perdonador, 5 de enero
Si perdonáis a los hombres sus ofensas, os perdonará... vuestro Padre
celestial; mas si no perdonáis a los hombres sus ofensas... tampoco vuestro
Padre os perdonará vuestras ofensas.
Mateo 6:14, 15
.
Nuestro Salvador le enseñó a los discípulos a orar así: “Perdónanos nuestras
deudas, así como nosotros perdonamos a nuestros deudores”.
Mateo 6:12
. Se
pide aquí una gran bendición basada en ciertas condiciones. Nosotros mismos
declaramos las condiciones. Pedimos que la misericordia de Dios hacia nosotros
sea medida por la misericordia que le manifestamos a los demás. Cristo declara
que ésta es la regla por la cual el Señor tratará con nosotros. Se cita
Mateo 6:14,
15
. ¡Qué condiciones maravillosas!, pero cuán poco se las entiende o se les hace
caso.
Uno de los pecados más comunes, y al que le acompañan los resultados más
perniciosos, es el abrigar un espíritu no perdonador. Cuántos hay que albergan la
animosidad o la venganza y después se inclinan ante Dios y le piden ser perdonados
como ellos perdonan. Seguramente no comprenden verdaderamente el significado
de esta oración, o de lo contrario no se atreverían a pronunciarla. Dependemos
cada día y cada hora de la misericordia perdonadora de Dios, y si es así, ¡cómo
podemos abrigar amargura y malicia hacia nuestros prójimos pecadores! Si los
cristianos practicaran los principios de esta oración en todas sus relaciones diarias,
¡qué cambio bendito se produciría en la iglesia y en el mundo! Sería el testimonio
más convincente que se podría dar de la realidad de la religión de la Biblia...
El apóstol nos amonesta: “El amor sea sin fingimiento. Aborreced lo malo,
seguid lo bueno. Amaos los unos a los otros con amor fraternal; en cuanto a
honra, prefiriéndoos los unos a los otros”.
Romanos 12:9, 10
. Pablo quiere que
distingamos entre el amor puro y altruista que es impulsado por el Espíritu de
Cristo, y el fingimiento sin sentido y engañoso que abunda en el mundo. Esta vil
falsificación ha extraviado a muchas almas. Haría desaparecer la distinción entre
lo bueno y lo malo estando de acuerdo con los transgresores en vez de mostrarles
lealmente sus errores. Una conducta así nunca brota de una amistad verdadera. El
espíritu que lo impulsa mora sólo en el corazón carnal.
Aunque el cristiano será siempre bondadoso, compasivo y perdonador, no
puede sentir armonía con el pecado. Aborrecerá el mal y se aferrará a lo que es
bueno, aunque tenga que perder la asociación o amistad con los no religiosos. El
Espíritu de Cristo nos llevará a odiar el pecado, mientras al mismo tiempo estare-
mos dispuestos a hacer cualquier sacrificio para salvar al pecador.—
Testimonies
for the Church 5:170, 171
.
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