Invertir para glorificar a Dios, no al yo, 26 de junio
No multipliquéis palabras de grandeza y altanería; cesen las palabras
arrogantes de vuestra boca.
1 Samuel 2:3
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En cierta ocasión se me hizo contemplar una noche los edificios que, piso tras
piso, se elevaban hasta el cielo. Esos inmuebles, que eran la gloria de sus propieta-
rios y constructores, eran garantizados incombustibles. Se elevaban siempre más
alto y los materiales más costosos entraban en su construcción. Los propietarios
no se preguntaban cómo podían glorificar mejor a Dios. El Señor estaba ausente
de sus pensamientos.
Yo pensaba: “¡Ojalá que las personas que emplean así sus riquezas pudiesen
apreciar su proceder como Dios lo aprecia! Levantan edificios magníficos, pero el
Soberano del universo sólo ve locura en sus planes e invenciones. No se esfuerzan
por glorificar a Dios con todas las facultades de su corazón y de su espíritu. Se
han olvidado de esto, que es el primer deber de los seres humanos”.
Mientras esas altas construcciones se levantaban, sus propietarios se rego-
cijaban con orgullo por tener suficiente dinero para satisfacer sus ambiciones y
excitar la envidia de sus vecinos. Una gran parte del dinero así empleado había
sido obtenido injustamente, explotando al pobre. Olvidaban que en el cielo toda
transacción comercial es anotada, que todo acto injusto y todo negocio fraudulento
son registrados. El tiempo vendrá cuando hombres y mujeres llegarán en el fraude
y la insolencia a un punto que el Señor no les permitirá sobrepasar, y entonces
aprenderán que la paciencia de Jehová tiene límite...
Raros son, aun entre los educadores y los gobernantes, quienes perciben las
causas reales de la actual situación de la sociedad. Quienes tienen en sus manos las
riendas del poder son incapaces de resolver el problema de la corrupción moral,
del pauperismo y el crimen que siempre aumentan. En vano se esfuerzan por
dar a los asuntos comerciales una base más segura. Si los hombres y las mujeres
quisieran prestar más atención a las enseñanzas de la Palabra de Dios, hallarían la
solución de los problemas que los preocupan.—
Joyas de los Testimonios 3:281,
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