Buscar reflejar la imagen de Jesús, 27 de julio
El que dice que permanece en él, debe andar como él anduvo.
1 Juan 2:6
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¡Qué amor supremo y qué condescendencia, que cuando no merecíamos en ab-
soluto la misericordia divina, Cristo estuvo dispuesto a realizar nuestra redención!
Pero nuestro gran Médico requiere de cada alma sumisión absoluta. Nosotros
nunca debemos extender una receta para nuestro propio mal. Cristo debe disponer
plenamente de la voluntad y de la acción, o no lo hará en nuestro beneficio.
Muchos no perciben su condición y su peligro, y hay mucho en la naturaleza
de la religión cristiana que es contraria a cada sentimiento y principio mundanos,
y opuesta al orgullo del corazón humano. Podemos vanagloriarnos, como lo hizo
Nicodemo, de que nuestro carácter moral ha sido correcto y no necesitamos
humillarnos delante de Dios como los pecadores comunes, pero debemos estar
contentos de poder entrar en la vida en la misma forma que el principal de los
pecadores. El yo debe morir. Debemos renunciar a nuestra propia justicia y rogar
que se nos impute la justicia de Cristo. Él es nuestra fortaleza y nuestra esperanza.
El amor sigue a la fe genuina; amor que se manifiesta en el hogar, en la
sociedad y en todas las relaciones de la vida; amor que allana las dificultades y que
nos eleva por encima de las insignificancias desagradables que Satanás coloca en
nuestro camino para irritarnos. Y la obediencia sigue al amor. Todas las facultades
y pasiones de la persona convertida quedan bajo el dominio de Cristo. Su espíritu
es un poder renovador, que transforma de acuerdo con la imagen divina a todos
los que lo reciben.
Llegar a ser un discípulo de Cristo es negar el yo, y seguir a Jesús a través de
la reputación, ya sea buena o mala. Es cerrar la puerta al orgullo, la envidia, la
duda y otros pecados, y de esa manera excluir la lucha, el odio y cada obra mala.
Es dar la bienvenida en nuestro corazón a Jesús, el manso y humilde, que está
buscando entrar como nuestro huésped...
Jesús es un Modelo para la humanidad, completo y perfecto. Se propone ha-
cernos semejantes a él: verdaderos en cada propósito, sentimiento y pensamiento;
verdaderos en corazón, alma y vida. El hombre o la mujer que aprecia lo más
supremo del amor de Cristo en el alma, que refleja más perfectamente la imagen de
Cristo, es, a la vista de Dios, la persona más verdadera, más noble y más honorable.
Pero los que no tienen el espíritu de Cristo, “no son de él”.—
The Signs of the
Times, 14 de julio de 1887
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¡Maranata: el Señor Viene! 71
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