Página 241 - Ser Semejante a Jes

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En la naturaleza se ven el amor y la gloria de Dios, 10 de agosto
¿Qué es el hombre para que tengas de él memoria, y el hijo del hombre
para que lo visites? Le has hecho un poco menor que los ángeles, y lo
coronaste de gloria y de honra.
Salmos 8:4, 5
.
Nuestro bondadoso Padre celestial quiere que sus hijos confíen en él como
un niño confía en sus padres terrenales. Pero demasiado a menudo vemos a
los desalentados y débiles mortales sobrecargados con cuidados y perplejidades
que Dios nunca se propuso que llevaran. Invirtieron el orden; están buscando
primero el mundo, y haciendo secundario el reino de los cielos. Si aún Dios
cuida al gorrioncillo que no conoce su futura necesidad, ¿por qué el tiempo y la
atención de los seres humanos, que fueron hechos a la imagen de Dios, deben
estar completamente enfrascados con esas cosas?
Dios nos ha dado evidencias completas de su amor y cuidado, y sin embargo,
cuán a menudo fallamos en discernir la mano divina en nuestras múltiples ben-
diciones. Cada facultad de nuestro ser, cada soplo de aire que inspiramos, cada
comodidad de la que gozamos, viene de él. Cada vez que nos reunimos alrededor
de la mesa familiar para participar del refrigerio, deberíamos recordar que todo
esto es una expresión del amor de Dios. ¡Y vamos a tomar el don y negar al
Dador!...
Cuando Adán y Eva fueron colocados en su hogar del Edén, tenían todo lo
que un Creador bondadoso podía darles para aumentar su comodidad y felicidad.
Pero se arriesgaron a desobedecer a Dios, y por lo tanto fueron expulsados de
su hermoso hogar. Fue entonces cuando el gran amor de Dios se nos expresó en
un don, el de su amado Hijo. Si nuestros primeros padres no hubieran aceptado
el don, hoy la raza humana estaría en la aflicción más desesperada. Pero cuán
alegremente aclamaron la promesa del Mesías.
Es el privilegio de todos aceptar a este Salvador, llegar a ser hijos de Dios,
miembros de la familia real y sentarse al fin a la mano derecha de Dios. ¡Qué
amor, qué maravilloso amor es este! Juan nos exhorta a contemplarlo: “Mirad cuál
amor nos ha dado el Padre, para que seamos llamados hijos de Dios”.
1 Juan 3:1
.
A pesar de que sobre la tierra fue pronunciada la maldición de que produciría
espinas y cardos, hay una flor en el cardo. En el mundo no todo es tristeza y
desgracia. El gran libro de la naturaleza de Dios está abierto para nuestro estudio,
y de él debemos obtener más excelsas ideas de su grandeza y amor y gloria
insuperables.—
The Review and Herald, 27 de octubre de 1885
.
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