Página 296 - Ser Semejante a Jes

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Todos debieran conocer y obedecer las leyes de la vida, 1 de
octubre
Hijo mío, está atento a mis palabras; inclina tu oído a mis razones. No se
aparten de tus ojos; guárdalas en medio de tu corazón; porque son vida a
los que las hallan, y medicina a todo su cuerpo.
Proverbios 4:20-22
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El aire puro, el sol, la abstinencia, el descanso, el ejercicio, un régimen ali-
mentario conveniente, el agua y la confianza en el poder divino son los verdaderos
remedios. Todos debieran conocer los agentes que la naturaleza provee como
remedios, y saber aplicarlos. Es de suma importancia darse cuenta exacta de los
principios implicados en el tratamiento de los enfermos, y recibir una instrucción
práctica que le habilite a uno para hacer un uso correcto de estos conocimientos.
El empleo de los remedios naturales requiere más cuidados y esfuerzos de lo
que muchos quieren prestar. El proceso natural de curación y reconstitución es
gradual, y les parece lento a los impacientes. El renunciar a la satisfacción dañina
de los apetitos impone sacrificios. Pero al fin se verá que, si no se le pone trabas,
la naturaleza desempeña su obra con acierto, y los que perseveren en la obediencia
a sus leyes encontrarán recompensa en la salud del cuerpo y del espíritu.
Muy escasa atención se suele dar a la conservación de la salud. Es mucho
mejor prevenir la enfermedad que saber tratarla una vez contraída. Es deber de
toda persona, para su propio bien y el de la humanidad, conocer las leyes de la
vida y obedecerlas con toda conciencia. Todos necesitan conocer el organismo
más maravilloso: el cuerpo humano. Deberían comprender las funciones de los
diversos órganos y cómo éstos dependen unos de otros para que todos actúen con
salud. Deberían estudiar la influencia de la mente en el cuerpo, la del cuerpo en la
mente, y las leyes que los rigen.
No se nos recordará demasiado que la salud no depende del azar. Es el resul-
tado de la obediencia a la ley. Así lo reconocen quienes participan en deportes
atléticos y pruebas de fuerza, pues se preparan con todo esmero y se someten
a un adiestramiento cabal y a una disciplina severa. Todo hábito físico queda
regularizado con el mayor cuidado. Bien saben que el descuido, el exceso o la
indolencia, que debilitan o paralizan algún órgano o alguna función del cuerpo,
provocarían la derrota...
Pero si tenemos en cuenta los resultados contingentes, nada de aquello con
que tenemos que ver es cosa baladí. Cada acción echa su peso en la balanza que
determina la victoria o la derrota en la vida. La Escritura nos manda que corramos
de tal manera que obtengamos el premio.—
El Ministerio de Curación, 89-91
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