Página 328 - Ser Semejante a Jes

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Aunque caigamos, podemos vencer, 1 de noviembre
De mañana sácianos de tu misericordia, y cantaremos y nos alegraremos
todos los días.
Salmos 90:14
.
Si los hijos de Dios quisieran reconocer cómo los trata él y aceptasen sus
enseñanzas, sus pies hallarían una senda recta, y una luz los conduciría a través de
la oscuridad y el desaliento. David aprendió sabiduría de la manera en que Dios
lo trató, y se postró con humildad bajo el castigo del Altísimo. La descripción
fiel que de su verdadero estado hizo el profeta Natán, le dio a conocer a David
sus propios pecados y le ayudó a desecharlos. Aceptó mansamente el consejo
y se humilló delante de Dios. “La ley de Jehová”, exclamó él, “es perfecta, que
convierte el alma”.
Salmos 19:7
.
Los pecadores que se arrepienten no tienen motivo para desesperar porque
se les recuerden sus transgresiones y se los amoneste acerca de su peligro. Los
mismos esfuerzos hechos en su favor demuestran cuánto los ama Dios y desea
salvarlos. Ellos sólo deben pedir su consejo y hacer su voluntad para heredar la
vida eterna. Dios presenta a su pueblo que yerra los pecados que comete con el fin
de que vea su enormidad según la luz de la verdad divina. Entonces, su deber es
renunciar a ellos para siempre.
Dios es hoy tan poderoso para salvar del pecado como en los tiempos de los
patriarcas, de David y de los profetas y apóstoles. La multitud de casos registrados
en la historia sagrada, en los cuales Dios libró a su pueblo de sus iniquidades,
deben hacer sentir al cristiano de esta época el anhelo de recibir instrucción divina
y celo para perfeccionar un carácter que soportará la detenida inspección del
juicio.
La historia bíblica sostiene al corazón que desmaya con la esperanza de
la misericordia divina. No necesitamos desesperarnos cuando vemos que otros
lucharon con desalientos semejantes a los nuestros, o que cayeron en tentaciones
como nosotros, pues aun así recobraron sus fuerzas y recibieron bendición de
Dios. Las palabras de la inspiración consuelan y alientan al alma que yerra.
Aunque los patriarcas y los apóstoles estuvieron sujetos a las flaquezas hu-
manas, por la fe obtuvieron buen renombre, pelearon sus batallas con la fuerza
del Señor y vencieron gloriosamente. Así también podemos nosotros confiar en
la virtud del sacrificio expiatorio y ser vencedores en el nombre de Jesús. La
humanidad fue humanidad en todas partes del mundo, desde el tiempo de Adán
hasta la generación actual; y a través de todas las edades el amor de Dios no tiene
parangón.—
Joyas de los Testimonios 1:442, 443
.
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