Los verdaderos cristianos se concentran en Cristo, no en el yo,
2 de diciembre
Y llamando a la gente y a sus discípulos, les dijo: Si alguno quiere venir en
pos de mí, niéguese a sí mismo, y tome su cruz, y sígame.
Marcos 8:34
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La Palabra de Dios presenta la descripción de un verdadero cristiano, que co-
rresponde con la obra del Espíritu Santo en el corazón y la vida. Los hijos de Dios
saben inmediatamente que tienen en su corazón la evidencia de que han nacido de
Dios... Seguir al Cordero dondequiera que vaya significa profundidad y anchura
de la experiencia. Siempre se encontrarán la abnegación y el renunciamiento en el
sendero que pasa por la puerta estrecha hacia las extensas praderas de los campos
de pastoreo del Señor.
Para los que creen, Cristo es precioso. El trabajo de su Espíritu en la mente y
corazón de los creyentes está en perfecta correspondencia con lo que está escrito
en la Palabra. El Espíritu y la Palabra concuerdan perfectamente. De esa manera
el Espíritu da testimonio a nuestro espíritu de que hemos nacido de Dios.
Los que no encuentran en su corazón parecido alguno con la gran norma moral
de justicia, la Palabra de Dios, no tienen Cristo que confesar. Su lenguaje, sus
pensamientos, no están en armonía con el Espíritu de Cristo. Su profesión de fe es
una falsificación. ¿Alguna vez encontró crema elevándose por sobre el agua? El
alma debe tener las influencias vivificadoras del pan de vida de Cristo para revelar
en la conversación que Cristo se ha formado adentro, la esperanza de gloria.
Uno nunca recoge uvas de los cardos. Las palabras de los cristianos deben
estar en conformidad con su gozar de Cristo. Los que siempre están expresando
dudas y exigiendo evidencias adicionales para disipar su nube de incredulidad, no
edifican sobre la Palabra. Su fe descansa en circunstancias casuales; está fundada
en los sentimientos. Pero los sentimientos, aunque sean siempre placenteros, no
son la fe. La Palabra de Dios es el fundamento sobre el cual deben construirse
nuestras esperanzas del cielo.
Es una gran calamidad ser un incrédulo crónico, manteniendo la vista y los
pensamientos sobre el yo. Mientras se contempla a sí mismo, mientras este sea el
tema de sus pensamientos y su conversación, no puede esperar ser conformado a
la imagen de Cristo. El yo no es su salvador. Usted no tiene cualidades redentoras
en sí mismo. “Yo” es una barca que hace mucha agua para que su fe se embarque
en él. En el momento en que pone su confianza en una barca así, se irá a pique. ¡El
bote salvavidas, al bote salvavidas! Esta es su única seguridad, Jesús es el Capitán
del bote salvavidas, y él nunca perdió un pasajero.—
Manuscript Releases, 23, 24
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