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Arrepentimiento: compunción y abandono del pecado, 12 de
diciembre
Porque la tristeza que es según Dios produce arrepentimiento para
salvación... pero la tristeza del mundo produce muerte.
2 Corintios 7:10
.
El amor de Dios nunca inducirá a alguien a dar poca importancia al pecado;
nunca cubrirá o excusará un error inconfeso. Acán aprendió demasiado tarde que
la ley de Dios, como su Autor, es inmutable. Tiene que ver con todos nuestros
actos, pensamientos y sentimientos. Nos sigue y llega hasta cada motivo secreto
de acción. Por causa de la complacencia en el pecado, los hombres y las mujeres
son inducidos a considerar livianamente la ley de Dios. Muchos ocultan sus
transgresiones del prójimo y se lisonjean a sí mismos suponiendo que Dios no
será estricto en señalar la iniquidad. Pero su ley es la gran norma de justicia, y
cada acto de la vida deberá compararse con ella en aquel día cuando Dios traiga a
juicio toda obra con cada cosa secreta, ya sea buena o mala. La pureza de corazón
inducirá a la pureza de la vida. Son vanas todas las excusas por el pecado. ¿Quién
puede defender al pecador cuando Dios testifica contra él?
Hay muchos profesos cristianos cuyas confesiones por el pecado son similares
a las de Acán. Reconocen su indignidad en forma general, pero rehúsan confesar
sus pecados cuya culpabilidad descansa sobre su conciencia, y que han provocado
el enojo de Dios sobre su pueblo...
El genuino arrepentimiento proviene del reconocimiento del carácter ofensivo
del pecado. Las confesiones generales no son el fruto de una verdadera humilla-
ción... delante de Dios. Dejan al pecador con un espíritu de complacencia propia
que los hace proseguir como antes, hasta que su conciencia se endurece y las ad-
vertencias que una vez lo sacudieron apenas producen un sentimiento de peligro,
y después de un tiempo su conducta pecaminosa parece correcta. Descubrirá sus
pecados demasiado tarde, en el día cuando no puedan ser expiados con sacrificio ni
ofrenda. Hay una gran diferencia entre admitir los hechos después que se prueban,
y confesar los pecados que sólo son conocidos por Dios y nosotros... Acán, la
parte culpable, no sintió aflicción. Tomó todo muy fríamente. No encontramos
nada en el relato que indique que se sintió perturbado. No hay evidencia de que
sintiera remordimiento o que razonara de causa a efecto, diciendo: “Es mi pecado
lo que ha traído el disgusto de Dios sobre el pueblo”... No pensaba reparar su falta
mediante la confesión del pecado y la humillación del alma. La confesión de Acán
(demasiado tardía como para proporcionarle la salvación) vindicó el carácter de
Dios en su forma de proceder con él, y cerró la puerta a la tentación, que... acosaba
a los hijos de Israel, de achacar a los siervos de Dios la obra que Dios mismo
había ordenado que se hiciera.—
Comentario Bíblico Adventista 2:990, 991
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