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La Única Esperanza
Entonces los portales de la ciudad de Dios fueron abiertos de
par en par y la multitud angelical pasó por ellos en medio de una
explosión de música arrobadora.
Cristo triunfa
Toda la hueste celestial estaba esperando para tributar honor a
su Comandante que regresaba. Deseaba volverlo a ver ocupando su
lugar en el trono al Padre.
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Pero él todavía no podía recibir la corona de gloria y el manto
real. Tenía un pedido que presentar ante el Padre, concerniente a sus
escogidos en la tierra. No podía aceptar el honor antes que, frente al
universo celestial, su iglesia fuera justificada y aceptada.
Pidió que donde él estuviera, sus discípulos también pudieran es-
tar. Si él ha de tener gloria, ellos deberán participar de ella. Aquellos
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que sufren con él en la tierra, reinarán con él en su reino.
Así Cristo rogó por la iglesia. Identificó sus intereses con los
suyos, y con un amor y constancia más fuerte que la muerte defendió
los derechos y los títulos comprados con su sangre.
La respuesta del Padre a su pedido se pronunció en la siguiente
proclamación:
“Adórenlo todos los ángeles de Dios”.
Hebreos 1:6
.
Gozosamente los directores de la hueste angelical adoraron al
Redentor. La innumerable multitud de ángeles se inclinó ante él y
las cortes del cielo se hicieron eco una y otra vez del gozoso clamor:
“El Cordero que fue inmolado es digno de tomar el poder, las
riquezas, la sabiduría, la fortaleza, la honra, la gloria y la alabanza”.
Apocalipsis 5:12
.
Los seguidores de Cristo son “aceptos en el Amado”. En la
presencia de la hueste angelical el Padre ratificó el pacto hecho con
Cristo, por el cual reafirmó que recibirá a los hombres arrepentidos
y obedientes y los amará así como ama a su Hijo. Donde esté el
Redentor, estarán los redimidos.
El Hijo de Dios ha vencido al príncipe de las tinieblas, ha triun-
fado sobre la muerte y el pecado. Por eso los cielos resonaron con
exaltadas melodías que proclaman: