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La Voz: Su Educación y Uso Correcto
Tenemos que presentar a Cristo a la gente, siguiendo las palabras
del apóstol: “A quien anunciamos, amonestando a todo hombre,
y enseñando a todo hombre en toda sabiduría, a fin de presentar
perfecto en Cristo Jesús a todo hombre; para lo cual también trabajo,
luchando según la potencia de él, la cual actúa poderosamente en
mí”.
Colosenses 1:28, 29
. ¿Fue esencial que Pablo tuviera esta
experiencia? Lea cuidadosamente sus palabras, y vea si es seguro
que los ministros de Cristo amolden su vida, de acuerdo a cualquier
norma que esté por debajo de la santidad.—
Carta 3, 1892
.
Discursos sencillos y llenos de sensibilidad
—Los obreros no
deben considerar que su deber es administrar reprensión, señalar
males existentes, y detenerse ahí. Ese tipo de obra no hará ningún
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bien, sino solamente descorazonar y desanimar. Se deben predicar
discursos sencillos, sensibles e inteligentes, que muestren a la iglesia
la necesidad de buscar al Señor en oración, y de abrir el corazón a
la Luz de la vida, y que conduzcan a sus miembros a participar en
una obra de humildad para Dios. A cada hombre Dios le ha dado su
obra; a cada obrero que participe en el servicio para él, le dará una
parte que cumplir en comunicar la luz y la verdad.—
Manuscrito 95,
1907
.
La gracia renovadora
—Estoy determinada a mantener delante
de la gente, el hecho de que debemos tener unidad. Debemos cesar
toda crítica. Debemos insistir en que la gran peculiaridad que distin-
gue a los cristianos de los demás, es la unión que existe entre ellos
y el Señor Jesucristo, mediante el ejercicio constante de la fe, que
obra por amor y purifica el alma. Esta unión, esta unidad con Cristo,
conduce a la unidad, y al amor de unos hacia otros. Los cristianos se
deleitan en honrar a Dios obedeciendo sus mandamientos. Unidos
en el amor de Cristo, tienen amor los unos para con los otros.
Debemos insistir sobre este tema, más de lo que lo hemos hecho.
El tema de su gracia renovadora presentada en los discursos agradará
al Señor, y su Santo Espíritu vendrá a los corazones, de los que
escuchen.—
Carta 42, 1906
.
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