Página 464 - El Conflicto de los Siglos (1954)

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Capítulo 29—El juicio investigador
“Estuve mirando—dice el profeta Daniel—hasta que fueron
puestas sillas: y un Anciano de grande edad se sentó, cuyo vestido
era blanco como la nieve, y el pelo de su cabeza como lana limpia;
su silla llama de fuego, sus ruedas fuego ardiente. Un río de fuego
procedía y salía de delante de él: millares de millares le servían, y
millones de millones asistían delante de él: el Juez se sentó y los
libros se abrieron.”
Daniel 7:9, 10
.
Así se presentó a la visión del profeta el día grande y solemne en
que los caracteres y vidas de los hombres habrán de ser revistados
ante el Juez de toda la tierra, y en que a todos los hombres se les dará
“conforme a sus obras.” El Anciano de días es Dios, el Padre. El
salmista dice: “Antes que naciesen los montes, y formases la tierra
y el mundo, y desde el siglo y hasta el siglo, tú eres Dios.”
Salmos
90:2
. Es él, Autor de todo ser y de toda ley, quien debe presidir
en el juicio. Y “millares de millares ... y millones de millones” de
santos ángeles, como ministros y testigos, están presentes en este
gran tribunal.
“Y he aquí en las nubes del cielo como un hijo de hombre que
venía, y llegó hasta el Anciano de grande edad, e hiciéronle llegar
delante de él. Y fuéle dado señorío, y gloria, y reino; y todos los
pueblos, naciones y lenguas le sirvieron; su señorío, señorío eterno,
que no será transitorio, y su reino no se corromperá.”
Daniel 7:13,
14
. La venida de Cristo descrita aquí no es su segunda venida a la
tierra. El viene hacia el Anciano de días en el cielo para recibir el
dominio y la gloria, y un reino, que le será dado a la conclusión de
su obra de mediador. Es esta venida, y no su segundo advenimiento
a la tierra, la que la profecía predijo que había de realizarse al fin
de los 2.300 días, en 1844. Acompañado por ángeles celestiales,
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nuestro gran Sumo Sacerdote entra en el lugar santísimo, y allí, en la
presencia de Dios, da principio a los últimos actos de su ministerio
en beneficio del hombre, a saber, cumplir la obra del juicio y hacer
expiación por todos aquellos que resulten tener derecho a ella.
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