Página 207 - Joyas de los Testimonios 1 (1971)

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La oración por los enfermos
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Cómo orar
Dios puede cumplir en cualquier momento lo que promete, y
la obra que él ordena a su pueblo que haga puede realizarla por
su medio. Si ellos quieren vivir de acuerdo a toda palabra que
él pronunció, se cumplirán para ellos todas las buenas palabras y
promesas. Pero, si no prestan una obediencia perfecta, las grandes y
preciosas promesas quedarán sin efecto.
Todo lo que puede hacerse al orar por los enfermos es importunar
fervientemente a Dios en su favor, y entregar en sus manos el asunto
con perfecta confianza. Si miramos a la iniquidad y la conservamos
en nuestro corazón, el Señor no nos oirá. El puede hacer lo que quiere
con los suyos. El se glorificará por medio de aquellos que le sigan tan
completamente que se sepa que es su Señor, que sus obras se realizan
en Dios. Cristo dice: “Si alguno me sirviere, mi Padre le honrará.”
Juan 12:26
. Cuando acudimos a él, debemos orar porque nos permita
comprender y realizar su propósito, y que nuestros deseos e intereses
se pierdan en los suyos. Debemos reconocer que aceptamos su
voluntad, y no orar para que él nos conceda lo que pedimos. Es mejor
para nosotros que Dios no conteste siempre nuestras oraciones en el
tiempo y la manera que nosotros deseamos. El hará para nosotros
algo superior al cumplimiento de todos nuestros deseos; porque
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nuestra sabiduría es insensatez.
Nos hemos unido en ferviente oración en derredor del lecho de
hombres, mujeres y niños enfermos, y hemos sentido que nos fueron
devueltos de entre los muertos en respuesta a nuestras fervorosas
oraciones. En esas oraciones nos parecía que debíamos ser positivos,
y que, si ejercíamos fe, no podíamos pedir otra cosa que la vida. No
nos atrevíamos a decir: “Si esto ha de glorificar a Dios,” temiendo
que sería admitir una sombra de duda. Hemos observado ansiosa-
mente a los que nos fueron devueltos, por así decirlo, de entre los
muertos. Hemos visto a algunos de éstos, especialmente jóvenes,
que recobraron la salud: se olvidaron luego de Dios, se entregaron a
una vida disoluta, ocasionaron así pesar y angustia a sus padres y a
sus amigos, y avergonzaron a aquellos que temían orar. No vivieron
para honrar y glorificar a Dios, sino para maldecirlo con sus vidas
viciosas.