Los sufrimientos de Cristo
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Dios más que él mismo. Si gozaba aún del favor divino, ¿por qué
necesitaba morir? Dios podía salvarlo de la muerte.
Cristo no cedió en el menor grado al enemigo que lo torturaba, ni
aun en su más acerba angustia. Rodeaban al Hijo de Dios legiones de
ángeles malos, mientras que a los santos ángeles se les ordenaba que
no rompiesen sus filas ni se empeñasen en lucha contra el enemigo
que le tentaba y vilipendiaba. A los ángeles celestiales no se les
permitió ayudar al angustiado espíritu del Hijo de Dios. Fué en
aquella terrible hora de tinieblas, en que el rostro de su Padre se
ocultó mientras le rodeaban legiones de malos ángeles y los pecados
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del mundo estaban sobre él, cuando sus labios profirieron estas
palabras: “Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has desamparado?”
Cómo se mide el valor de un alma
La muerte de los mártires no se puede comparar con la agonía
sufrida por el Hijo de Dios. Debemos adquirir una visión más amplia
y profunda de la vida, los sufrimientos y la muerte del amado Hijo de
Dios. Cuando se considera correctamente la expiación, se reconoce
que la salvación de las almas es de valor infinito. En comparación
con la empresa de la vida eterna, todo lo demás se hunde en la
insignificancia. Pero ¡cómo han sido despreciados los consejos de
este amado Salvador! El corazón se ha dedicado al mundo, y los
intereses egoístas han cerrado la puerta al Hijo de Dios. La hueca
hipocresía, el orgullo, el egoísmo y las ganancias, la envidia, la
malicia y las pasiones han llenado de tal manera los corazones de
muchos, que Cristo no halla cabida en ellos.
El era eternamente rico; sin embargo, por amor nuestro se hizo
pobre, a fin de que por su pobreza fuésemos enriquecidos. Estaba
vestido de luz y gloria, y rodeado de huestes de ángeles celestiales,
que aguardaban para ejecutar sus órdenes. Sin embargo, se vistió de
nuestra naturaleza y vino a morar entre los mortales pecaminosos.
Este es un amor que ningún lenguaje puede expresar, pues supera
todo conocimiento. Grande es el misterio de la piedad. Nuestras
almas deben ser vivificadas, elevadas y arrobadas por el tema del
amor del Padre y del Hijo hacia el hombre. Los discípulos de Cristo
deben aprender aquí a reflejar en cierto grado este misterioso amor;
así se prepararán para unirse con todos los redimidos que atribuirán