326
Joyas de los Testimonios 1
Hay en derredor de vosotros algunas personas que han recibido
instrucción religiosa, y otros que han sido complacidos, mimados,
adulados y alabados, hasta el punto de haber quedado literalmente
echados a perder para la vida práctica. Hablo de personas a quie-
nes conozco. Su carácter se ha torcido tanto por la indulgencia, la
adulación y la indolencia que son inútiles para esta vida. Siendo
así, ¿qué se puede esperar de ellos para aquella vida donde todo es
pureza y santidad, y donde todos tendrán un carácter armonioso?
He orado por estas personas; les he hablado personalmente. Pude
ver la influencia que ejercerían sobre otras mentes, al inducirlas a
ser vanidosas, a desvivirse por la indumentaria y a descuidar sus
intereses eternos. La única esperanza que hay para esta clase de
personas consiste en que presten atención a sus caminos, humillen
su corazón vano y orgulloso delante de Dios, confiesen sus pecados
y se conviertan.
El amor a la ostentación y la diversión
La vanidad en el vestir como el amor a la diversión es una gran
tentación para los jóvenes. Dios tiene sobre éstos derechos sagrados.
Exige todo el corazón, toda el alma, todos los afectos. La respuesta
que se da a veces a esta declaración es: “¡Oh, no profeso el cristianis-
mo!” ¿Qué importa si no lo hacéis? ¿No tiene Dios sobre vosotros
los mismos derechos que sobre el que profesa ser su hijo? Debido
[349]
a que os atrevéis a descuidar las cosas sagradas, ¿pasará el Señor
por alto vuestro pecado de negligencia y rebelión? Cada día en que
despreciéis el derecho de Dios y toda oportunidad de misericordia
que menospreciéis, serán cargados a vuestra cuenta y aumentarán
la lista de pecados que se presentará contra vosotros en el día en
que se investiguen las cuentas de cada alma. Me dirijo a vosotros,
jóvenes y niñas, sea que profeséis o no el cristianismo. Dios exige
vuestros afectos, vuestra gozosa obediencia y devoción. Tenéis ahora
un corto tiempo de gracia y podéis aprovechar esta oportunidad para
entregaros incondicionalmente a Dios.
La obediencia y la sumisión a los requerimientos de Dios son las
condiciones que expone el apóstol inspirado, por las cuales llegamos
a ser hijos de Dios y miembros de la familia real. Jesús ha rescatado
por su propia sangre, del abismo y la ruina a la cual Satanás los