Página 36 - Joyas de los Testimonios 1 (1971)

Basic HTML Version

Eres guardián de tu herman
El 20 de noviembre de 1855, mientras me hallaba en oración,
el Espíritu de Dios bajó repentina y poderosamente sobre mí, y fuí
arrebatada en visión.
Vi que el Espíritu del Señor ha estado apartándose de la iglesia.
Los siervos del Señor han confiado demasiado en la fuerza de los
argumentos y no han tenido la firme confianza en Dios que debieran
haber tenido. Vi que los meros argumentos de la verdad no inducirán
a las almas a tomar su posición con el pueblo remanente, porque la
verdad es impopular. Los siervos de Dios deben atesorar la verdad en
el alma. Dijo el ángel: “Deben recibirla cálida de la gloria, llevarla
en su seno y derramarla con calor y fervor del alma a los oyentes.”
Unas pocas personas concienzudas están dispuestas a decidirse por
el peso de la evidencia; pero es imposible conmover a muchos con
una simple teoría de la verdad. Debe haber un poder que acompañe
la verdad, un testimonio vivo que los conmueva.
Vi que el enemigo está atareado en la destrucción de las almas.
El ensalzamiento ha penetrado en las filas; debe haber más humil-
dad. Se manifiesta demasiada independencia de espíritu entre los
mensajeros. Esto debe ser puesto a un lado, y los siervos de Dios
deben unirse. Han manifestado demasiado el espíritu que induce a
preguntar: “¿Soy yo guarda de mi hermano?”
Génesis 4:9
. Dijo el
ángel: “Sí, eres guardián de tu hermano. Debes cuidar constantemen-
te a tu hermano, interesarte en su bienestar, y manifestar un espíritu
bondadoso y amante hacia él. Uníos, uníos.” Dios se propuso que
el hombre fuese de corazón abierto y sincero, sin afectación, humil-
de, manso y sencillo. Tal es el principio del Cielo; Dios lo ordenó
así. Pero el pobre y frágil ser humano ha buscado algo diferente: la
[31]
prosecución de sus propios caminos y la atención cuidadosa a sus
propios intereses.
Pregunté al ángel por qué la sencillez había desaparecido de la
iglesia, y por qué habían entrado en ella el orgullo y el ensalzamien-
Testimonios para la Iglesia 1:113-115 (1855)
.
32