La autoridad de la iglesia
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No se sanciona la independencia
Supo que Jesús, a quien en su ceguera consideraba como im-
postor, era en verdad el Autor y el fundamento de toda la religión
del pueblo escogido de Dios desde el tiempo de Adán y el Con-
sumador de la fe ahora tan clara para su visión iluminada. Vió a
Cristo como el que vindicaba la verdad, el que cumplía todas las
profecías. Había considerado a Cristo como quien anulaba la ley de
Dios; pero cuando el dedo de Dios tocó su visión espiritual, supo por
los discípulos que Cristo era el originador y fundamento de todo el
sistema judío de sacrificios, y que en la muerte de Cristo la sombra
se había encontrado con la realidad, y que Cristo había venido al
mundo con el expreso propósito de vindicar la ley de su Padre.
A la luz de la ley, Pablo se dió cuenta de que era pecador. Com-
prendió que había estado transgrediendo la misma ley que él pensaba
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haber guardado tan celosamente. Se arrepintió y murió al pecado, se
hizo obediente a las exigencias de la ley de Dios y tuvo fe en Cristo
como su Salvador; fué bautizado, y predicó a Jesús tan ferviente y
celosamente como antes le había condenado. En la conversión de
Pablo se nos presentan principios importantes que siempre debemos
recordar. El Redentor del mundo no sanciona que en asuntos reli-
giosos la experiencia y la acción sean independientes de su iglesia
organizada y reconocida, donde la tal existe.
Muchos tienen la idea de que sólo son responsables ante Cristo
por su luz y experiencia, independientemente de sus seguidores reco-
nocidos en el mundo. Pero esto Jesús lo condena en sus enseñanzas,
en los ejemplos y en los hechos que dejó para nuestra instrucción.
Allí estaba Pablo, un hombre a quien Dios iba a preparar para una
obra muy importante, a saber, la de ser vaso escogido para él, llevado
directamente a la presencia de Cristo; sin embargo, no le enseñó
las lecciones de verdad. Le detuvo en su carrera y le convenció; y
cuando él preguntó: “¿Qué quieres que haga?” el Salvador no se lo
dijo directamente, sino que le puso en relación con su iglesia. Sus
miembros le habían de decir lo que debía hacer. Jesús es el amigo del
pecador; su corazón está siempre abierto; siempre se conmueve por
la desgracia humana, él tiene toda potestad tanto en el cielo como en
la tierra, pero respeta los medios que instituyó para iluminar y salvar
a los hombres. Ordenó a Saulo que fuera a la iglesia, reconociendo