Página 370 - Joyas de los Testimonios 1 (1971)

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Joyas de los Testimonios 1
aquí, él ora.” El ángel le hizo saber al siervo de Dios que le había
mostrado a Saulo en visión un hombre llamado Ananías, que entraba
y ponía su mano sobre él para que pudiese recobrar la vista. Ananías
casi no podía creer las palabras del ángel, y repitió lo que había oído
acerca de la acerba persecución que Saulo hacía sufrir a los santos de
Jerusalén. Pero la orden que se le dió a Ananías era imperativa: “Ve:
porque instrumento escogido me es éste, para que lleve mi nombre
en presencia de los Gentiles, y de reyes, y de los hijos de Israel.”
Vers. 15
.
Ananías obedeció las indicaciones del ángel. Puso sus manos
sobre el hombre que hacía tan poco se movía impulsado por un
espíritu de odio profundísimo y que respiraba amenazas contra
todos los que creían en el nombre de Cristo. Ananías dijo a Saulo:
“Saulo hermano, el Señor Jesús, que te apareció en el camino por
donde venías, me ha enviado para que recibas la vista, y seas lleno
de Espíritu Santo. Y luego le cayeron de los ojos como escamas, y
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recibió al punto la vista: y levantándose, fué bautizado.”
Vers. 17,
18
.
Jesús podría haber hecho directamente toda esta obra en favor de
Pablo. Pero tal no era su plan. Pablo tenía un deber que cumplir en lo
que respectaba a confesarse ante los hombres cuya destrucción había
premeditado, y Dios iba a encomendar una obra de responsabilidad
a aquellos a quienes había ordenado que actuasen en su lugar. Pablo
debía dar los pasos necesarios para su conversión. Se requirió de
él que se uniese al mismo pueblo que había perseguido por sus
creencias. Cristo da aquí a todo su pueblo un ejemplo de la manera
en que obra para la salvación de los hombres. El Hijo de Dios se
identificó con el cargo y la autoridad de su iglesia organizada. Sus
bendiciones debían transmitirse por intermedio de los agentes a
quienes había ordenado, vinculando así al hombre con el conducto
por medio del cual llegan sus bendiciones. El hecho de que Pablo
fuese estrictamente escrupuloso en su persecución de los santos, no
le exime de culpa cuando el Espíritu Santo le revela la crueldad de
su obra. Debe aprender de los discípulos.