Página 374 - Joyas de los Testimonios 1 (1971)

Basic HTML Version

370
Joyas de los Testimonios 1
Un ejemplo de pureza
Los jóvenes pueden tener principios tan firmes que las más po-
derosas tentaciones de Satanás no podrán apartarlos de su fidelidad.
Samuel era un niño rodeado de las influencias más corruptoras. Veía
y oía cosas que afligían su alma. Los hijos de Elí, que ministraban
en cargos sagrados, estaban dominados por Satanás. Esos hombres
contaminaban la misma atmósfera circundante. Muchos hombres
y mujeres se dejaban fascinar diariamente por el pecado y el mal;
pero Samuel quedaba sin tacha. Las vestiduras de su carácter eran
inmaculadas. No tenía la menor participación ni deleite en los peca-
dos que llenaban todo Israel de terribles informes. Samuel amaba
a Dios; mantenía su alma en tan íntima relación con el cielo, que
se envió a un ángel para hablar con él acerca de los pecados de los
hijos de Elí que estaban corrompiendo a Israel.
El apetito y la pasión avasallan a millares de los que profesan
seguir a Cristo. Sus sentidos se embotan de tal manera por la familia-
ridad con el pecado que ya no lo aborrecen, sino que lo consideran
atractivo. El fin de todas las cosas está cerca. Dios no tolerará mucho
más tiempo los delitos y la degradante iniquidad de los hijos de los
hombres. Sus crímenes han llegado en verdad a los mismos cielos, y
pronto recibirán la retribución de las temibles plagas de Dios que
caerán sobre la tierra. Beberán la copa de la ira de Dios, sin mezcla
de misericordia.
He visto que existe el peligro de que aun los que profesan ser
hijos de Dios se corrompan. La disolución está cautivando a los
seres humanos. Parecen infatuados e incapaces de resistir y vencer
sus apetitos y pasiones. En Dios hay poder; en él hay fuerza. Si
tan sólo quieren pedirlo, el poder vivificante de Jesús estimulará a
todos los que han aceptado el nombre de Cristo. Nos rodean peligros
[400]
y riesgos, y estamos seguros únicamente cuando sentimos nuestra
debilidad y nos asimos con la mano de la fe a nuestro poderoso
Libertador. El tiempo en que vivimos es terrible. Ni un solo instante
podemos dejar de velar y orar. Nuestras almas impotentes deben
confiar en Jesús, nuestro compasivo Redentor.