La presunción
383
las modas e insensateces que absorben la mente y los afectos de
las mujeres de estos postreros días. Si son verdaderamente hijas
de Dios, participarán de la naturaleza divina. Al ver las influencias
corruptoras de la sociedad, se sentirán movidas de la más profunda
compasión, como su divino Redentor. Simpatizarán con Cristo, y
en su esfera, según su capacidad y oportunidades, trabajarán para
salvar a las almas que perecen, como Cristo trabajó en su exaltada
esfera en beneficio del hombre.
Si la mujer es negligente en seguir el plan que Dios tenía al
crearla, y se esfuerza por alcanzar puestos importantes para los
cuales él no la capacitó, dejará vacante el lugar que podría ocupar
aceptablemente. Al salir de su esfera, pierde la verdadera dignidad y
nobleza femeninas. Cuando Dios creó a Eva, quiso que no fuese ni
inferior ni superior al hombre, sino que en todo fuese su igual. La
santa pareja no debía tener intereses independientes; sin embargo,
cada uno poseía individualidad para pensar y obrar. Pero después del
pecado de Eva, como ella fué la primera en desobedecer, el Señor le
dijo que Adán dominaría sobre ella. Debía estar sujeta a su esposo,
y esto era parte de la maldición. En muchos casos, esta maldición ha
hecho muy penosa la suerte de la mujer, y ha transformado su vida
en una carga. Ejerciendo un poder arbitrario, el hombre ha abusado
[414]
en muchos respectos de la superioridad que Dios le dió. La sabiduría
infinita ideó el plan de la redención que sometió a la especie humana
a una segunda prueba, dándole una nueva oportunidad.
Una advertencia a los ministros
Satanás emplea a los hombres como agentes suyos para inducir a
la presunción a los que aman a Dios. Ello es especialmente cierto en
el caso de los que son seducidos por el espiritismo. Los espiritistas en
general no aceptan a Cristo como Hijo de Dios, y por su incredulidad
conducen a muchas almas a pecados de presunción. Hasta aseveran
ser superiores a Cristo, como lo aseveró Satanás al contender con
el Príncipe de la vida. Hay espiritistas de conciencia cauterizada,
cuyas almas están impregnadas de pecados repugnantes, que se
atreven a tomar el nombre del inmaculado Hijo de Dios en sus labios
contaminados, y con blasfemia unen su nombre excelso con la vileza
que señala su propia naturaleza mancillada.