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Joyas de los Testimonios 1
alcanzan a ver que Dios los está probando mediante estrecheces, de
las cuales sólo su mano puede librarlos.
Hay ocasiones en que la vida cristiana parece rodeada de peligros
y el deber parece difícil de cumplir. La imaginación se figura que
le espera una ruina inminente al frente, y detrás, la esclavitud y la
muerte. Sin embargo, la voz de Dios habla claramente por sobre
todos los desalientos y dice: “¡Marchad!” Debemos obedecer a esta
orden, fuere cual fuere el resultado, aun cuando nuestros ojos no
puedan penetrar las tinieblas y sintamos las frías olas a nuestros pies.
Avancemos por fe
Los hebreos estaban cansados y aterrorizados; sin embargo, si se
hubiesen echado atrás cuando Moisés les ordenó que avanzaran y se
hubiesen negado a acercarse más al mar Rojo, nunca habría abierto
Dios el camino para ellos. Al descender al agua, mostraron que
tenían fe en la palabra de Dios, según la expresara Moisés. Hicieron
cuanto estaba en su poder, y luego el Poderoso de Israel cumplió su
parte y dividió las aguas a fin de abrir una senda para sus pies.
Las nubes que se acumulan en derredor de nuestro camino, no
desaparecerán nunca ante un espíritu vacilante y de duda. La incre-
dulidad dice: “Nunca podremos superar estos obstáculos; esperemos
hasta que hayan sido suprimidos o podamos ver claramente nuestro
camino.” Pero la fe nos insta valientemente a avanzar, esperándo-
lo y creyéndolo todo. La obediencia a Dios traerá seguramente la
victoria. Es únicamente por medio de la fe cómo podemos llegar al
cielo.
Hay gran similitud entre nuestra historia y la de los hijos de
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Israel. Dios condujo a su pueblo de Egipto al desierto, donde podía
guardar su ley y obedecer su voz. Los egipcios, que no respetaban
a Jehová, acamparon cerca de Israel; sin embargo, lo que para los
israelitas era un gran raudal de luz, que iluminaba todo el campa-
mento y resplandecía sobre la senda que se tendía ante ellos, fué
para las huestes del Faraón una muralla de nube que obscurecía aún
más las tinieblas de la noche.
Así también, en este tiempo, hay un pueblo a quien Dios ha hecho
depositario de su ley. Para quienes los acatan, los mandamientos de
Dios son como una columna de fuego que los ilumina y los conduce