Página 440 - Joyas de los Testimonios 1 (1971)

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Joyas de los Testimonios 1
día de demora en invertirlo debidamente limita el período en que
resultará benéfico para la salvación de las almas. Si dejamos que
otros efectúen aquello que Dios nos ha asignado a nosotros, nos
perjudicamos a nosotros mismos y a Aquel que nos dió todo lo que
tenemos. ¿Cómo pueden los demás hacer
nuestra
obra de benevo-
lencia mejor que nosotros? Dios quiere que cada uno sea durante
su vida el ejecutor de su propio testamento en este asunto. La ad-
versidad, los accidentes o la intriga pueden suprimir para siempre
los propuestos actos de benevolencia, cuando el que acumuló una
fortuna ya no está más para custodiarla. Es triste que tantos estén
descuidando la actual áurea oportunidad de hacer bien y aguarden
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hasta perder su mayordomía antes de devolver al Señor los recursos
que les prestó para que los empleasen para su gloria.
“Guardaos de toda avaricia”
Una característica notable de las enseñanzas de Cristo es la
frecuencia y el fervor con que reprendía el pecado de la avaricia,
y señalaba el peligro de las adquisiciones mundanales y del amor
desmedido a la ganancia. En las mansiones de los ricos, en el templo
y en las calles, amonestaba a aquellos que indagaban por la salvación:
“Mirad, y guardaos de toda avaricia.” “No podéis servir a Dios y a
las riquezas.”
Lucas 12:15
;
16:13
.
Es esta creciente devoción a la ganancia de dinero y el egoísmo
engendrado por el deseo de ganancias, lo que priva a la iglesia del
favor de Dios y embota la espiritualidad. Cuando la cabeza y las
manos están constantemente ocupadas en hacer planes y trabajar
para acumular riquezas, se olvidan las exigencias de Dios y la hu-
manidad. Si Dios nos ha bendecido con prosperidad, no es para que
nuestro tiempo y nuestra atención se aparten de él y se dediquen a
aquello que él nos prestó. El Dador es mayor que el don. No somos
nuestros; hemos sido comprados con precio. ¿Hemos olvidado el
precio infinito que se pagó por nuestra redención? ¿Ha muerto la
gratitud en nuestro corazón? ¿Acaso la cruz de Cristo no cubre de
vergüenza una vida manchada de egoísta comodidad y complacencia
propia?
¿Qué habría sucedido si Cristo, cansándose de la ingratitud y
los ultrajes que por todas partes recibía, hubiese abandonado su