Página 45 - Joyas de los Testimonios 1 (1971)

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Las esposas de los ministros
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Jesús o dispersan. Una esposa no santificada es la mayor maldición
que pueda tener un ministro. Aquellos siervos de Dios que por
desgracia tengan en sus casas esta influencia agostadora, deben
duplicar sus oraciones y su vigilancia, y, asumiendo una posición
firme y decidida, no permitir que los opriman las tinieblas. Deben
aferrarse más a Dios, ser enérgicos y decididos, gobernar bien su
propia casa, y vivir de tal manera que puedan recibir la aprobación
de Dios y la custodia de los ángeles. Pero si ceden a los deseos de
sus compañeras no consagradas, el ceño de Dios pesará sobre su
casa. El arca de Dios no puede morar en ella, porque ellos apoyan a
sus esposas en sus errores y se los toleran.
Nuestro Dios es un Dios celoso. Es algo terrible jugar con él.
Antiguamente, Acán codició un lingote de oro y un manto babi-
lónico, y los escondió. Todo Israel sufrió por ello y fué derrotado
delante de sus enemigos. Cuando Josué averiguó la causa, el Señor
dijo: “Levántate, santifica al pueblo, y di: Santificaos para mañana;
porque Jehová el Dios de Israel dice así: Anatema hay en medio de
ti, Israel; no podrás estar delante de tus enemigos hasta tanto que
hayáis quitado el anatema de en medio de vosotros.”
Josué 7:13
.
Acán había pecado, y Dios lo destruyó a él y a toda su familia, con
todo lo que poseían, y borró la maldición de Israel.
Vi que el Israel de Dios debe levantarse, y renovar su fortaleza
en Dios, refirmando y cumpliendo su pacto con él. La codicia, el
egoísmo, el amor al dinero y el amor al mundo compenetran todas las
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filas de los observadores del sábado. Estos males están destruyendo
el espíritu de sacrificio entre el pueblo de Dios. Los que albergan
esta codicia en su corazón no se dan cuenta de ello. Ese mal se ha
apoderado de ellos imperceptiblemente, y a menos que lo desarrai-
guen, su destrucción será tan segura como la de Acán. Muchos han
sacado su sacrificio del altar de Dios. Aman al mundo, desean sus
ganancias, y a menos que se produzca en ellos un cambio completo,
perecerán con el mundo. Dios les ha prestado recursos; éstos no
son propios, pues Dios ha hecho a los hombres mayordomos suyos.
Pero debido a esto, los llaman propios y los atesoran. Pero ¡oh, cuán
prestamente les es arrebatado todo en un momento cuando la mano
prosperadora de Dios se aparta de ellos! Se deben hacer sacrificios
para Dios; hay que negarse al yo por amor a la verdad. ¡Oh, cuán
débil y frágil es el hombre! ¡Cuán débil su brazo! Vi que pronto