Página 480 - Joyas de los Testimonios 1 (1971)

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Joyas de los Testimonios 1
la maleza de la tierra, y así las hacen más fructíferas. Estas causas
de estorbo deben eliminarse y debe cortarse todo lo defectuoso que
ha crecido demás, para dejar lugar a los rayos sanadores del Sol de
Justicia.
Dios quiso que por medio de Cristo el hombre caído tuviese otra
oportunidad. Muchos no entienden el propósito para el cual fueron
creados. Lo fueron para beneficiar a la humanidad y glorificar a
Dios, más bien que para gozar de sí mismos y glorificarse. Dios
poda constantemente a su pueblo y corta las ramas que se extien-
den profusamente, a fin de que lleven frutos para su gloria y no
produzcan solamente hojas. Dios nos poda mediante el pesar, las
desilusiones y la aflicción, a fin de que disminuya el desarrollo de los
rasgos perversos del carácter, y para que los rasgos superiores tengan
oportunidad de desarrollarse. Debemos renunciar a los ídolos, debe
enternecérsenos la conciencia, las meditaciones de nuestro corazón
deben convertirse en espirituales, y todo el carácter debe adquirir
simetría. Los que realmente desean glorificar a Dios, agradecerán si
todos los ídolos y pecados quedan expuestos, a fin de poder ver estos
males y desecharlos; pero el corazón dividido deseará complacencia
más bien que abnegación.
La rama aparentemente seca, al conectarse con la vid viviente,
llega a formar parte de ella. Fibra tras fibra y vena tras vena se van
adhiriendo a la vid, hasta que deriva de la cepa madre su vida y
nutrición. El injerto brota, florece y fructifica. El alma, muerta en
sus delitos y pecados, debe experimentar un proceso similar a fin
de quedar reconciliada con Dios, y participar de la vida y del gozo
de Cristo. Así como el injerto recibe vida cuando se une a la vid, el
pecador participa de la naturaleza divina cuando se relaciona con
Dios. El hombre finito queda unido con el Dios infinito. Cuando
estamos así unidos, las palabras de Cristo
moran
en nosotros y
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no somos ya impulsados por sentimientos espasmódicos, sino por
principios vivos y permanentes. Debemos meditar en las palabras de
Cristo, apreciarlas y atesorarlas en el corazón. No debemos repetirlas
como loros, sin darles cabida en la memoria ni dejarles ejercer
influencia sobre el corazón y la vida.
Así como el pámpano debe permanecer en la vid para obtener la
savia vital que lo hace florecer, los que aman a Dios y guardan todos
sus dichos deben permanecer en su amor. Sin Cristo no podemos