Página 499 - Joyas de los Testimonios 1 (1971)

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Los embajadores de Cristo
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ministerio consagrado, y entonces veremos la luz de Dios y su poder
favorecerá todos nuestros esfuerzos.
Los centinelas colocados antaño sobre los muros de Jerusalén y
otras ciudades ocupaban una posición de la mayor responsabilidad.
De su fidelidad dependía la seguridad de todos los habitantes de
aquellas ciudades. Cuando se temía un peligro, ellos no debían callar
ni de día ni de noche. A intervalos debían llamarse uno a otro, para
ver si estaban despiertos, no fuese que le ocurriese daño a alguno de
ellos. Se colocaban centinelas sobre alguna eminencia que dominaba
los lugares importantes que debían guardarse, y de ellos se elevaba el
clamor de amonestación o de buen ánimo. Este clamor se transmitía
de una boca a otra; cada uno repetía las palabras, hasta que daba la
vuelta entera a la ciudad.
Estos atalayas representan el ministerio, de cuya fidelidad de-
pende la salvación de las almas. Los dispensadores de los misterios
de Dios deben estar como atalayas sobre los muros de Sión; y si
ven llegar la espada, deben dar la amonestación. Si son centinelas
dormidos y sus sentidos espirituales están tan embotados que no
ven el peligro ni se dan cuenta de él y la gente perece, Dios les
demandará la sangre de ésta.
“Hijo del hombre, yo te he puesto por atalaya a la casa de Israel:
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oirás pues tú la palabra de mi boca, y amonestarlos has de mi parte.”
Ezequiel 3:17
. Los atalayas necesitan vivir muy cerca de Dios, oír
su palabra y ser impresionados por su Espíritu, para que la gente
no confíe en ellos en vano. “Cuando yo dijere al impío: De cierto
morirás: y tú no le amonestares, ni le hablares, para que el impío sea
apercibido de su mal camino, a fin de que viva, el impío morirá por su
maldad, mas su sangre demandaré de tu mano. Y si tú amonestares
al impío, y él no se convirtiere de su impiedad, y de su mal camino,
él morirá por su maldad, y tú habrás librado tu alma.”
Ezequiel 3:18,
19
. Los embajadores de Cristo deben cuidar de no perder, por su
infidelidad, su propia alma y la de aquellos que los oyen.
Se me han mostrado las iglesias que en diferentes estados profe-
san guardar los mandamientos de Dios y esperar la segunda venida
de Cristo. Se advierte en ellas una indiferencia alarmante, como
también orgullo, amor al mundo y una fría formalidad. Constituyen
el pueblo que se está volviendo rápidamente como el antiguo Israel
en cuanto concierne a la falta de espiritualidad. Muchos hacen alta