Página 498 - Joyas de los Testimonios 1 (1971)

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Joyas de los Testimonios 1
y volverse a Dios. Los representantes de Cristo en nuestra época
deben seguir su ejemplo, y en todo discurso deben ensalzar a Cristo
como el Ser exaltado, como el que lo es todo en todos.
Un ministerio consagrado
No sólo el formalismo se está posesionando de las iglesias nomi-
nales, sino que está aumentando en grado alarmante entre aquellos
que profesan observar los mandamientos de Dios y esperar la pron-
ta aparición de Cristo en las nubes de los cielos. No debemos ser
estrechos en nuestras miras y limitar nuestras facilidades de hacer
bien, sino que, mientras extendemos nuestra influencia y ampliamos
nuestros planes a medida que la Providencia nos prepara el camino,
debemos ser más fervientes para evitar la idolatría del mundo. Mien-
tras hacemos mayores esfuerzos para aumentar nuestra utilidad,
debemos hacer esfuerzos correspondientes para obtener sabiduría
de Dios a fin de llevar adelante todos los ramos de la obra según su
orden, y no desde un punto de vista mundanal. No debemos amol-
darnos a las costumbres del mundo, sino sacar el mejor partido de
las facilidades que Dios ha puesto a nuestro alcance para presentar
la verdad a la gente.
Cuando, como pueblo, nuestras obras correspondan a nuestra
profesión, veremos realizarse mucho más que ahora. Cuando tenga-
mos hombres tan consagrados como Elías, poseedores de la fe que él
poseía, veremos que Dios se revelará a nosotros, como se manifestó
a los santos hombres de antaño. Cuando tengamos hombres que,
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aunque reconociendo sus deficiencias, intercedan ante Dios con fe
ferviente como Jacob, veremos los mismos resultados. El poder de
Dios descenderá sobre el hombre en respuesta a la oración de fe.
Hay poca fe en el mundo. Son pocos los que viven cerca de Dios.
¿Y cómo podemos esperar que recibiremos más poder y que Dios se
revelará a los hombres, cuando se maneja su Palabra con negligencia
y los corazones no se santifican por la verdad? Hay hombres que
no están siquiera convertidos a medias, que confían en sí mismos
y se creen suficientes por su carácter, y predican la verdad a otros.
Pero Dios no obra con ellos, porque no son santos en su corazón ni
en su vida. No andan humildemente con Dios. Debemos tener un