El carácter sagrado de los votos
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en cuanto a salvar a nuestros semejantes. Cada uno tiene su obra
asignada en el gran campo; sin embargo, nadie debe concebir la
idea de que Dios depende del hombre. El podría decir una palabra y
enriquecer a cada hijo de la pobreza. En un momento podría sanar
al género humano de todas sus enfermedades. Podría prescindir
completamente de los ministros y hacer a los ángeles embajadores
de su verdad. Podría haber escrito la verdad en el firmamento o
haberla impreso en las hojas de los árboles y las flores del campo; o
podría haberla proclamado desde el cielo con voz audible. Pero el
Dios omnisciente no eligió ninguno de esos métodos. Sabía que el
hombre debía tener algo que hacer a fin de que la vida le resultara
una bendición. El oro y la plata son del Señor, y él podría hacerlos
llover del cielo si quisiera, pero en vez de esto ha hecho al hombre
su mayordomo y le ha confiado recursos, no para que los atesore,
sino para que los use beneficiando a otros. De este modo convierte
al hombre en el medio por el cual distribuye sus bendiciones en la
tierra. Dios ideó el sistema de la beneficencia a fin de que el hombre
pudiese llegar a ser generoso y abnegado como su Creador y al fin
recibir de él la recompensa eterna y gloriosa.
Dios obra por intermedio de instrumentos humanos; y quien-
quiera que despierte la conciencia de los hombres y los induzca a
realizar buenas obras y a tener real interés en el adelantamiento de
la causa de la verdad, no lo hace de sí mismo, sino por el Espíritu
de Dios que obra en él. Las promesas hechas en tales circunstancias
tienen un carácter sagrado, por ser el fruto de la obra del Espíritu de
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Dios. Cuando estas promesas se saldan, el Cielo acepta la ofrenda, y
a estos obreros generosos se les acredita ese tesoro invertido en el
banco del cielo. Los tales están echando buen fundamento para el
tiempo venidero, y echan mano de la vida eterna.
Pero cuando la presencia inmediata del Espíritu de Dios no
se siente tan vívidamente, y la mente se preocupa por las cosas
temporales de la vida, entonces algunos se sienten tentados a dudar
de la fuerza de la obligación que asumieron voluntariamente; y,
cediendo a las sugestiones de Satanás, razonan que se ejerció una
presión indebida sobre ellos, y que obraron bajo el entusiasmo del
momento; que la necesidad de recursos para la causa de Dios fué
exagerada; y que se los indujo a prometer bajo falsos motivos, sin
comprender plenamente el asunto, y por lo tanto quieren que se les