Página 557 - Joyas de los Testimonios 1 (1971)

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La sencillez en el vestir
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mantenérselo aseado y limpio. Si no hay frunces, la persona que
lo ha de llevar no sólo puede ahorrarse algo haciendo el vestido
ella misma, sino que puede economizar pequeñas sumas al lavarlo
y plancharlo por sí misma. Las familias se imponen pesadas cargas
al vestir a sus hijos de acuerdo con la moda. ¡Qué despilfarro de
tiempo! Los pequeñuelos tendrían muy buen aspecto con un vestido
sin frunces ni adornos, pero que esté ordenado y limpio. Es tan fácil
lavar y planchar un vestido tal, que este trabajo no se siente como
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una carga. ¿Por qué, al servir a las modas de esta época, se atreven
nuestras hermanas a privar a Dios del servicio que le deben, y a su
tesorería del dinero que deberían dar para su causa? Dedican los
primeros y mejores pensamientos al vestido; despilfarran el tiempo y
malgastan el dinero. Descuidan la cultura de la mente y del corazón.
Consideran el carácter como de menor importancia que el vestido.
El adorno de un espíritu manso y apacible es de valor infinito; y es
una insensatez de las más perversas malgastar en actividades frívolas
nuestras oportunidades de conseguir el precioso adorno del alma.
Hermanas, podéis hacer una obra noble para Dios si queréis. La
mujer no conoce su poder. Dios no quiso que sus capacidades fuesen
todas absorbidas en preguntarse: “¿Qué comeré? ¿Qué beberé? ¿Con
qué me vestiré?” Hay un propósito más elevado para la mujer, un
destino más grandioso. Debe desarrollar y cultivar sus facultades;
porque Dios puede emplearlas en su gran obra de salvar a las almas
de la ruina eterna. ...
Pero el mayor de los males es la influencia que se ejerce sobre
los niños y los jóvenes. Casi tan pronto como vienen al mundo,
están sujetos a las exigencias de la moda. Los niñitos oyen hablar
más del vestido que de su salvación. Ven a sus madres consultando
con más fervor los figurines de modas que la Biblia. Hacen más
visitas a la tienda y a la modista que a la iglesia. La ostentación
exterior recibe mayor consideración que el adorno del carácter. Si
se ensucian los lindos vestidos, ello arranca vivas reprimendas y los
ánimos se vuelven irritables bajo la continua restricción.
Un carácter deformado no molesta tanto a la madre como un
vestido sucio. El niño oye hablar más de los vestidos que de la
virtud; porque la madre está más familiarizada con la moda que con
su Salvador. Con frecuencia, su ejemplo rodea a los jóvenes con una