La formación del carácter
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no tienen un blanco elevado o fin en la vida. No ejercen influencia
ennoblecedora sobre el carácter de los demás. Viven sin propósito
ni poder.
La corta vida que se nos concede debe ser aprovechada sabia-
mente. Dios quiere que su iglesia sea viva, consagrada, y que trabaje.
Nuestro pueblo, en conjunto, dista mucho de esto ahora. Dios pide
almas fuertes, valientes, cristianas, activas y vivas, que sigan al ver-
dadero Modelo, y que ejerzan una influencia definida por Dios y lo
recto. El Señor nos ha confiado, como cometido sagrado, verdades
importantísimas y solemnes, y debemos demostrar su influencia en
nuestra vida y carácter.
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En los juegos olímpicos a los cuales el apóstol Pablo llama
nuestra atención, a los que participaban en las carreras se les exi-
gía que hiciesen preparativos muy esmerados. Durante meses eran
adiestrados por diferentes maestros en ejercicios físicos que estaban
destinados a dar fuerza y vigor al cuerpo. Debían limitarse a tomar
los alimentos que mantuvieran el cuerpo en la condición más sana,
y su ropa debía ser tal que dejase todo órgano y músculo libre de
impedimento.
Si los que habían de participar en la carrera por honores tem-
porales estaban obligados a someterse a una disciplina tan severa
para tener éxito, cuánto más necesario es que aquellos que se han de
dedicar a la obra del Señor sean cabalmente disciplinados y prepara-
dos, si quieren triunfar. Su preparación debe ser tanto más esmerada,
su fervor y esfuerzos abnegados tanto mayores que los de aquellos
que aspiraban a honores mundanales, como son superiores las cosas
celestiales a las de la tierra. La mente, como los músculos, debe ser
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adiestrada para realizar los esfuerzos más diligentes y perseverantes.
El camino que conduce al éxito no es una carretera suave por la cual
se viaja en coches palaciegos; sino que es una senda escabrosa, llena
de obstáculos que han de ser superados por esfuerzo paciente
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Testimonios para la Iglesia 5:551, 552 (1889)
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