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Mente, Carácter y Personalidad 1
tor: tales son las imágenes que Dios quiere que contemplemos.—
El
Camino a Cristo, 119 (1892)
.
El amor constituye nuestro cielo
El amor de Cristo constituye nuestro cielo. Pero cuando pro-
curamos hablar de este amor, el lenguaje nos falta. Pensamos en
su vida sobre la tierra, en su sacrificio por nosotros; pensamos en
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su obra en los cielos como nuestro abogado, en las mansiones que
está preparando para los que le aman; y no podemos menos que
exclamar: “¡Qué altura y qué profundidad del amor de Cristo!” Al
detenernos al pie de la cruz captamos una leve idea del amor de
Dios, y decimos: “En esto consiste el amor: no en que nosotros
hayamos amado a Dios, sino en que él nos amó a nosotros y envió
a su Hijo en propiciación por nuestros pecados”.
1 Juan 4:10
. Pero
al contemplar a Jesús apenas estamos tocando el borde de un amor
que es inmensurable. Su amor es como un vasto océano, sin fondo
ni orillas.—
The Review and Herald, 6 de mayo de 1902
.
El amor infinito e inagotable de Dios
Todo el amor paterno que se haya transmitido de generación a
generación por medio de los corazones humanos, todos los manan-
tiales de ternura que se hayan abierto en las almas de los hombres,
son apenas como una gota del ilimitado océano, cuando se comparan
con el amor infinito e inagotable de Dios. La lengua no lo puede
expresar, la pluma no lo puede describir. Pueden meditar en él cada
día de su vida; pueden escudriñar las Escrituras diligentemente a
fin de comprenderlo; pueden dedicar toda facultad y capacidad que
Dios les ha dado al esfuerzo de comprender el amor y la compasión
del Padre celestial; y aún queda su infinidad. Pueden estudiar este
amor durante siglos, y nunca comprender la plenitud, la longitud y
la anchura, la profundidad y la altura del amor de Dios al dar a su
Hijo para que muriera por el mundo. La eternidad misma nunca lo
revelará plenamente. Sin embargo, cuando estudiemos la Biblia y
meditemos en la vida de Cristo y el plan de redención, comprende-
remos más y más estos grandes temas.—
Joyas de los Testimonios
2:337 (1889)
.