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Mente, Cáracter y Personalidad 1
los nervios. Por su medio las energías más potentes de nuestro ser
despiertan y entran en actividad. Libra el alma de culpa y tristeza,
de la ansiedad y congoja que agotan las fuerzas de la vida. Con él
vienen la serenidad y la calma. Implanta en el alma un gozo que
nada en la tierra puede destruir: el gozo que hay en el Espíritu Santo,
un gozo que da salud y vida.—
El Ministerio de Curación, 78 (1905)
.
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Recordemos el amor de Dios
—Gracias a Dios que nos ha pre-
sentado hermosísimas imágenes. Reunamos las benditas pruebas de
su amor, para recordarlas continuamente. El Hijo de Dios que deja el
trono de su Padre y reviste su divinidad con la humanidad para poder
rescatar al hombre del poder de Satanás; su triunfo en nuestro favor,
que abre el cielo a los pecadores y revela a la vista humana la morada
donde la Divinidad descubre su gloria; la raza caída, levantada de lo
profundo de la ruina en que Satanás la había sumergido, puesta de
nuevo en relación con el Dios infinito, vestida de la justicia de Cristo
y exaltada hasta su trono después de sufrir la prueba divina por la
fe en nuestro Redentor: tales son las imágenes que Dios quiere que
contemplemos.—
El Camino a Cristo, 119 (1892)
.
El amor constituye nuestro cielo
—El amor de Cristo constitu-
ye nuestro cielo. Pero cuando procuramos hablar de este amor, el
lenguaje nos falta. Pensamos en su vida sobre la tierra, en su sacrifi-
cio por nosotros; pensamos en su obra en los cielos como nuestro
abogado, en las mansiones que está preparando para los que le aman;
y no podemos menos que exclamar: “¡Qué altura y qué profundidad
del amor de Cristo!” Al detenernos al pie de la cruz captamos una
leve idea del amor de Dios, y decimos: “En esto consiste el amor:
no en que nosotros hayamos amado a Dios, sino que él nos amó a
nosotros, y envió a su Hijo en propiciación por nuestros pecados”.
1 Juan 4:10
. Pero al contemplar a Jesús apenas estamos tocando el
borde de un amor que es inmensurable. Su amor es como un vasto
océano, sin fondo ni orillas.—
The Review and Herald, 6 de mayo
de 1902
.
El amor infinito e inagotable de Dios
—Todo el amor paterno
que se haya transmitido de generación a generación por medio
de los corazones humanos, todos los manantiales de ternura que
se hayan abierto en las almas de los hombres, son tan sólo como
una gota del ilimitado océano, cuando se comparan con el amor
infinito e inagotable de Dios. La lengua no lo puede expresar, la
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