Exhortaciones especiales en el ministerio público
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hablara en la iglesia el sábado, pero desgraciadamente sufría de un
fuerte resfriado y estaba muy ronca. Me sentí inclinada a excusarme
de ese compromiso, pero como era mi única oportunidad, dije: “Me
presentaré delante de los hermanos, y creo que el Señor contestará
mis fervientes oraciones y quitará mi ronquera, de modo que pueda
dar el mensaje”. Expuse ante mi Padre celestial la promesa: “Pedid,
y se os dará; buscad, y hallaréis; llamad, y se os abrirá. Porque todo
aquel que pide, recibe; y el que busca, halla; y al que llama, se le
abrirá... Pues si vosotros, siendo malos, sabéis dar buenas dádivas a
vuestros hijos, ¿cuánto más vuestro Padre celestial dará el Espíritu
Santo a los que se lo pidan?”
Lucas 11:9-13
...
La promesa de Dios es segura. Yo había pedido, y creía que
podría hablar a la gente. Elegí un pasaje de las Escrituras, pero
cuando me levanté para hablar, me fue quitado de la mente y me
sentí impresionada a hablar del primer capítulo de segunda de Pedro.
El Señor me dio fluidez especial para presentar el valor de la gracia
de Dios... Con la ayuda del Espíritu Santo, pude hablar con claridad
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y poder.
Al terminar mi discurso, me sentí impresionada por el Espíritu
de Dios a extender una invitación a que pasaran al frente todos los
que deseaban entregarse plenamente al Señor. Los que sentían la
necesidad de las oraciones de los siervos de Dios fueron invitados
a manifestarlo. Pasaron al frente unos treinta. Entre ellos estaban
las esposas de los Hnos. F, que por primera vez manifestaron su
deseo de acercarse a Dios. Mi corazón estuvo lleno de una gratitud
inexpresable por la decisión tomada por esas dos mujeres.
Entonces pude ver por qué me había sentido tan fervientemente
impulsada a presentar esa invitación. Había vacilado al principio,
preguntándome si era lo mejor proceder así puesto que, hasta donde
yo pudiera ver, mi hijo y yo éramos los únicos que podían ser de
ayuda en aquella ocasión. Pero, como si alguien me hubiera hablado,
pasó el pensamiento por mi mente: “¿No puedes confiar en el Señor?”
Dije: “Lo haré, Señor”. Aunque mi hijo quedó muy sorprendido de
que yo hiciera una invitación tal en esa ocasión, se puso a tono con
la emergencia. Nunca le oí hablar con mayor poder o sentimiento
más profundo que en aquella oportunidad. Pidió la cooperación de
los hermanos Faulkhead y Salisbury para que pasaran al frente, y nos
arrodillamos en oración. Mi hijo dirigió en oración, y seguramente