Página 222 - Mensajes Selectos Tomo 1 (1966)

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Mensajes Selectos Tomo 1
demandas. Los hombres cierran su alma a la luz divina, rehusando
caminar en ella cuando brilla sobre ellos. Sacrifican la pureza del
corazón, el favor de Dios y su esperanza del cielo a cambio de la
complacencia egoísta o las ganancias mundanales.
Dice el salmista: “La ley de Jehová es perfecta”.
Salmos 19:7
.
¡Cuán maravillosa es la ley de Jehová en su sencillez, su extensión
y perfección! Es tan breve, que podemos fácilmente aprender de
memoria cada precepto, y sin embargo tan abarcante como para
expresar toda la voluntad de Dios y tener conocimiento no sólo de
las acciones externas, sino de los pensamientos e intenciones, los
deseos y emociones del corazón. Las leyes humanas no pueden
hacer esto. Sólo pueden tratar con las acciones externas. Un hombre
puede ser transgresor y, sin embargo, puede ocultar sus faltas de
los ojos humanos. Puede ser criminal, ladrón, asesino o adúltero,
pero mientras no sea descubierto, la ley no puede condenarlo como
culpable. La ley de Dios toma en cuenta los celos, la envidia, el
odio, la malignidad, la venganza, la concupiscencia y la ambición
que agitan el alma, pero que no han hallado expresión en acciones
externas porque ha faltado la oportunidad aunque no la voluntad.
Y se demandará cuenta de esas emociones pecaminosas en el día
cuando “Dios traerá toda obra a juicio, juntamente con toda cosa
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encubierta, sea buena o sea mala”.
Eclesiastés 12:14
.
La ley de Dios es sencilla
La ley de Dios es sencilla y se entiende fácilmente. Hay hom-
bres que se jactan orgullosamente de que sólo creen lo que pueden
entender, olvidándose de que hay misterios en la vida humana y en
la manifestación del poder de Dios, en las obras de la naturaleza:
misterios que la filosofía más profunda, la investigación más extensa,
son incapaces de explicar. Pero no hay misterios en la ley de Dios.
Todos pueden comprender las grandes verdades que implica. El
intelecto más débil puede captar esas reglas; el más ignorante puede
regular su vida y formar su carácter de acuerdo con la norma divina.
Si los hijos de los hombres obedecieran esta ley, al máximo de su ca-
pacidad, ganarían fortaleza para su mente y poder de discernimiento
para comprender todavía más el propósito y los planes de Dios. Y
este progreso sería continuo, no sólo durante la vida presente, sino